Archivo Municipal
Cuenta una leyenda que una mujer de Ruzafa se enamoró de un
rey. Alguien que estaba muy lejos de su alcance, pues ella era una mujer
humilde, sin la elegancia y educación que podía tener una princesa distinguida.
El rey era un hombre muy alto, de cabellos rubios con unos
poderosos ojos azules tan brillantes como el cielo de la ciudad que tanto
ansiaba conquistar. Pasaron los días y
la joven deambulaba por el campamento cristiano como una simple aguadora, para
poder acercarse a la tienda real. La cual estaba hecha con una tela de rayas
rojas y amarillas al igual que el estandarte de ese rey.
La joven, la muchacha musulmana, iba en secreto desde Ruzafa
a ese campamento. Bien era verdad que el rey había permitido que aquellas
gentes que adoraban a la Medialuna pudieran ahora habitar entre ellos, mediante
un pacto y promesa que este gentil monarca iba a concederles. Ella era apenas
una joven que empezaba a descubrir los latidos de su corazón y la quemazón de
la juventud en su alma.
Nadie de Ruzafa debía saber que se había enamorado de
aquel que llaman el Rey Conquistador, pues Jaime de Aragón, le había
conquistado el corazón aquel día que le llamó la atención y le pidió que le
sirviera un poco de agua, después de venir de una cabalgada de una expedición
en la que se arriesgó mucho al acercarse a Valencia. Quería ver la ciudad lo más cerca posible, y
vio que era hermosa, como los oscuros ojos de la muchacha musulmana que le
servía el agua. «Eres hermosa muchacha, muy hermosa». Le había dicho el
monarca. Estas palabras, su educación y porte bastaron para que la adolescente
cayera enamorada del rey cristiano.
Durante esas jornadas que acudía al campamento, la joven
aprendió la leyenda de Wifredo el Velloso, quién a su lecho de muerte, untó
cuatro dedos en la sangre caliente de su costado, y los deslizó por el escudo
dorado. Surgiendo así la bandera de Aragón, barras doradas y rojas de sangre que
representaban el linaje de ese hombre que hacía arder su sangre.
Llegó un día que escuchó como el rey decía que cuando la ciudad
cayera mandaría poner un pendón con su enseña en lo alto de la torre de Ali
Bufat, como señal de que Valencia estaba conquistada. Que buscaran una bandera.
La muchacha enamorada pensó que está sería su oportunidad
de hacerle una gracia al monarca. Un día al regresar a casa buscó en el
almacén de la tienda de tejidos de su familia unas sedas rojas y doradas, las
escondió bajo sus vestimentas y fue a su habitación. Durante algunas noches la
joven fue confeccionando a tiras de seda, esa bandera que flameará sobre la
torre que su amado rey tanto quería ver. Sería un regalo precioso.
Pero una mañana al entrar su hermana en su habitación,
descubrió a la joven dormida encima de la gran bandera que, por fin, había logrado
confeccionar. Alarmada llamó a su padre, quien entró en cólera, pues los
rumores de que su joven hija se paseaba por el campamento cristiano eran
ciertos. Exigió que le diera las sedas robadas para quemar la bandera de los
infieles.
Pero ella se negó. El padre se enfadó aún más y se abalanzó
sobre ella y tiró de la tela. Durante el forcejeo se rasgó una parte de la
bandera. La joven con un coraje que nunca supo de donde salió, lo empujó y huyó
de su casa con la bandera hacía el campamento cristiano.
Su padre y unos amigos suyos fueron tras ella, pues quería
juzgarla por sus actos de traición, pero la chica corrió, y corrió todo lo que
pudo hasta llegar al terreno cristiano. Los guardias le dejaron pasar, pues era
la joven aguadora. En cambio, a los hombres los retuvieron y se enfrentaron con
ellos.
La muchacha quería encontrar al Rey Conquistador para darle
la bandera de seda, pero ese día estaba reunido y tenía sirvientes cristianos para llenarle su copa. La chica tendría que esperar, justo ese día que su padre
encolerizado iba en detrás ella. Esperó todo lo que pudo, pero ya oía las voces
de su padre por el campamento, junto a los soldados cristianos preguntando por
la joven.
La muchacha escondiéndose entre las tiendas, entró en una de
ellas y encontró a una hermosa mujer de piel blanca y cabellos dorados como el
sol. Se trataba de la reina.
Una fuerte mano la agarró del brazo, era el soldado junto a
su padre iracundo que la arrastraron fuera de la tienda. La joven llorando, con
la otra mano sacó de entre su túnica la bandera y la lanzó a los pies de la
reina. «Por favor Señora, dársela de mi parte al rey.»
Archivo Municipal
Al día siguiente, 28 de septiembre, sobre la torre de Ali
Bufat ondeaba la bandera de sedas, cuyo extremo estaba roto. Dice la crónica: Y
cuando vimos nuestra bandera en la torre, desmontamos de nuestro caballo, y
dirigiéndonos hacia el este, lloramos desde nuestros ojos y besamos la tierra
por la gran misericordia que Dios nos había dado.
Pero realmente al contemplar la bandera el rey lloró al
recordar a la joven. Miró al este donde estaba esa tierra sagrada para los
sarracenos, y besó la tierra con el corazón encogido, pues habían sido muchos
quienes habían entregado su vida para poder lograr conquistar Valencia.
Por desgracia para la joven musulmana, esa mañana su cuerpo
estaba envuelto en una tela blanca a punto de ser entregado a la tierra que la
había visto nacer. Nunca pudo ver ondear su bandera sobre la torre, ni ser ella
misma quien la entregara a su amado. Pero Jaime de Aragón nunca olvido a la
joven, y ordenó conservar esa bandera para fin de los tiempos.
Texto de Isabel Balensiya