El adoquinado y el agua potable aún tardarían en llegar, pero se hacía necesario el enlosado de las aceras en calles y plazas de Valencia. Los aires de la revolución industrial llegaban a la ciudad tras la década ominosa (1823-1833) y en aquella Valencia desamortizadora el antiguo régimen veía el fin de sus días con la aparición de una burguesía dispuesta a sustituir las viejas costumbres, encaminándose hacia el progreso. Había que sustituir el convento por la tienda y el campanario por la chimenea.
La revolución burguesa iniciaba su andadura, el polvo y el barro no eran el mejor camino.
Desde el Gobierno Civil se instaba a que la ejecución y coste de la aceras recayeran sobre los propietarios de las casas, marcando un corto plazo para su ejecución. Ante su incumplimiento, sería el propio Ayuntamiento quien acometería las obras, embargando los alquileres el tiempo necesario.
De programar el ambicioso plan de aceras se encargó el Ayuntamiento, indicando las calles que en un principio iban a ser objeto de la mejora.
Fijando el Micalet como punto de salida, dieron prioridad a las calles de Zaragoza, Miguelete, Caballeros hasta las esquinas de Calatrava; plaza del Esparto, Bolsería, del Trenque a San Fernando, Porxets y Cajeros, San Vicente hasta su puerta; la Bajada y plaza de San Francisco, las calles de la Sangre, Barcas, de la Universidad y de la Nave, plaza Comedias, plaza del Colegio del Corpus Christi y de Villarrasa, calle Culleretes, Mar, las plazas de Santo Domingo y Santa Catalina, Arzobispo, la Almoina, el pórtico de la Virgen, San Bartolomé y Manises, la calle de Serranos, la plaza de Mossen Sorell hasta la Corona; la calle puerta de San José, Alta y Baja de Alfondech, plaza del Carmen y calle de los Mártires hasta la puerta de Ruzafa, la de Cuarte, igualmente hasta su puerta con la plaza Santa Úrsula, que tal y como vemos en el plano, fueron las primeras calles y plazas de la Valencia amurallada instadas a enlosar sus aceras.
La epidemia del cólera en su primera aparición, obstaculizó el proyecto, con un nuevo intento después, aunque la poca predisposición de una gran parte de los vecinos hizo fracasar aquel avance que se consumó años más tarde, en 1845, con el inicio del empedrado de las calles.
La figura de José Campo aparecía en Valencia, y con él, la "revolución industrial" adquiriría un fuerte impulso.
Bibliografía: Valencia en la Revolución (1834-1843) de Ivana Frasquet.