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martes, 8 de octubre de 2019

LA CALLE DE NA ROBELLA


Con la llegada de la República el nombramiento de un nuevo alcalde no podía sorprender a nadie y Agustín Trigo Mezquita del Partido de Unión Republicana Autonomista tomó las riendas de un consistorio que se enfrentaba a nuevos retos, justo dos días después de la implantación del nuevo régimen.

Hacía más tres años, marzo de 1928, que el nuevo Mercado Central había abierto sus puertas, lo que supuso una radical transformación en todo su perímetro urbano, que aún sería de mayor calado en la siguiente década.

Dos circunstancias ocuparon la agenda del nuevo alcalde centradas en la calle de Na Robella, con anterioridad denominada como Molino Robella, de cuya problemática se hizo eco el periódico El Pueblo. Y así,  en agosto de 1931, se denunciaba por la prensa el cambio de su nombre.  

En su defensa, el Alcalde Agustín Trigo salía al paso informando que había sido una decisión de la antigua alcaldía que había encargado los nuevos rótulos, y que él había ordenado su colocación una vez recibidos. No obstante se estaba a la espera de un nuevo informe del cronista Luis Cebrián para su consideración.

Pero mayor perjuicio para los vecinos fue lo que ocurría en la calle de Na Robella, cuando todas las noches, antes de la una, se concentraban las huertanas ante la puerta del mercado para formar una larga cola con un saco de paja donde dormir, o sobre el duro suelo, con el objetivo de lograr el mejor puesto en el interior al abrir sus puertas tras el amanecer.

Y como muchas de ellas no podían dormir, se pasaban la noche entre gritos, charlas y discusiones, con las lógicas molestias para los vecinos de tan apretada calle, anexa al mercado.

Y este fue el motivo que una comisión de vecinos se presentará ante el periódico El PUEBLO en el mes de noviembre para su denuncia, y con la esperanza de que la misma llegaría al Alcalde.

De inmediato llegó la respuesta por parte del Presidente de la Comisión de Mercados, señor San Vicente, quien dijo que ese turno era obligatorio, por no tener puesto fijo las labradoras, y que lo único que procedía era dar parte a la Guardia Municipal para que guarde el orden en la cola, sin causar molestias a los vecinos.

Las nuevas ordenanzas para el mercado y la desaparición de la calle,  dejaron atrás este pequeño anecdotario resuelto con el paso del tiempo.

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