Sirva como homenaje a todas esas personas que aguantaron el
hambre durante tres largos años y alguno más que arrastró después. La guerra civil española es parte de la historia de nuestra ciudad, considerada además por ser la
capital provisional de la II República desde finales de 1936 hasta 1937.
Por mucho que pueda relatar, habrá gente que podría hacerlo
mejor, ya que tendrá el hambre y la miseria
a fuego en su memoria. Aunque sea en un breve relato de la forma de supervivencia,
intentaré hacerlo con la mínima crudeza por ofrecer el máximo respeto.
Hambre, escasez y miedo. Era el comienzo.
La ropa se hacía a mano en cada casa, jerseys de punto se
tejían, retales que servían para confeccionar pantalones, ropa interior,
medias, calcetines. Se acababa por vieja, y de lo que quedaba sano se reutilizaba para volver a hacerla a
los más pequeños.
Acudían a los cuarteles a pedir sobras. Muchas mujeres se
obligaban a prostituirse. Los fumadores, bien se conformaban con fumar colillas
o bien secaban hojas de patata que machacadas hacían el mismo uso. Incluso
mandaban a los niños a buscar las colillas por la calle para después venderlas
como tabaco picado.
La hambruna era grande. Se creó la Comisaría General de
Abastecimientos y Transportes (Comisaría de Abastos). Los que se encargaban de
sellar las cartillas eran los gobernadores civiles y rezaba en ellas: “Cien
gramos de...”, por lo que se les llamaba “los ciengramitos”
Las cartillas de primera, segunda y tercera categoría, en
función del nivel social, el tipo de trabajo del cabeza de familia y el estado
de salud. En un principio era familiar y más tarde individual.
Pero para algunos ¿Qué menú podían confeccionar con alubias,
café y aceite para una semana? ¡Cocina creativa!
Las algarrobas se echaban en vinagre para que no crearan
gorgojos y así poder engañar al estomago como si fueran lentejas. Los gorgojos
se eliminaban, pero los animales muertos se desenterraban para poder comer. El
sucedáneo del café era la cebada tostada. La piel del plátano machacada servía
para elaborar cremas y purés. Las madres, esposas, hermanas e hijas preparaban
tortillas sin huevo, dulces sin azúcar, fritos sin aceite, y hasta guisos sin
carne. La desnutrición minaba en las familias y la picaresca hizo su camino.
Apareció el estraperlo. Proliferaban los productos en el
mercado negro a los que no se podían acceder normalmente. Los huevos, la carne,
y la leche se vendían a precios muy por encima de lo establecido por la
comisaría correspondiente.
Aparecieron los hornos de pan ilegales. Las esquinas eran frecuentadas por mujeres entradas en años que provistas de una bolsa vendían de estraperlo, exponiéndose a quince días de cárcel (las quincenas). De la misma forma cuando los hombres salían al trabajo a las cinco de la mañana, encontraban en la calle a mujeres que les vendían el tabaco. Hasta falsas embarazadas que ocultaban en el vientre aceite (del caro), harina, carbón o judías.
Aparecieron los hornos de pan ilegales. Las esquinas eran frecuentadas por mujeres entradas en años que provistas de una bolsa vendían de estraperlo, exponiéndose a quince días de cárcel (las quincenas). De la misma forma cuando los hombres salían al trabajo a las cinco de la mañana, encontraban en la calle a mujeres que les vendían el tabaco. Hasta falsas embarazadas que ocultaban en el vientre aceite (del caro), harina, carbón o judías.
La picaresca era
grande para salvar el hambre. Hasta las
madres o abuelas borraban con miga de pan los sellos de la cartilla y mandaban
otra vez a las niñas a la cola del abastecimiento.
Se utilizaron durante trece largos años y miles de largas
colas. La palabra “esperar” fue bien aprendida...
”Espera un poco y
resiste el hambre”.
Texto de Amparo Zalve Polo
No hay comentarios:
Publicar un comentario