El más universal novelista de la literatura valenciana, Vicente Blasco Ibáñez, nos dejó en dos de sus obras su visión de la celebración de la Semana Santa. En su famosa, y cinematográfica obra, Sangre y Arena (1908) y también en Flor de Mayo (1895), recoge escenas populares y costumbristas de la festividad de la Semana Santa. En Sangre y Arena, la historia relatada por el autor valenciano se centra en la ciudad de Sevilla, haciendo referencia a los actos de la Semana Santa propia de esa ciudad, pero en Flor de Mayo, centra la trama en el barrio del Cabañal (aunque parece evidente que esta haciendo referencia también al Canyamelar). En esta novela dedica un capítulo completo a describir la celebración del Santo Encuentro durante el Viernes Santo, en la famosa Semana Santa Marinera.
Nos cuenta con todo detalle el Encuentro, el cual se sigue celebrando en nuestros días:
“Comenzaba la ceremonia del encuentro. Marchaban por distintas calles dos procesiones; en la una la Virgen, dolorosa y afligida, escoltada por la guardia de sepulcrales granaderos, y en la otra Jesús, desmelenado y sudoroso, con la túnica morada hueca y cargada de oro, abrumado bajo el peso de la cruz, caído sobre los peñascos de corcho pintado que cubrían la peana, sudando sangre por todos los poros
[…]
Avanzaban en opuesta dirección las dos procesiones, moderando su paso, deteniéndose, calculando la distancia para llegar á la vez al lugar del encuentro.
[…]
Llegó el instante del encuentro. Cesaron los tambores en sus destemplados redobles; apagaron las trompetas sus lamentables alaridos; callaron las fúnebres músicas; quedáronse las dos imágenes inmóviles frente á frente…”
Hay que tener en cuenta que Blasco Ibáñez, defensor de la República, defendía las ideas anticlericales, si bien como escritor costumbrista, amante de su tierra, siempre nos relata con pasión las fiestas populares, aunque sin poder evitar cierto sarcasmo cuando nos habla de la actitud del pueblo ante estas manifestaciones religiosas:
“Entre los espectadores veíanse caras pálidas y ojerosas, bocas sonrientes, gente alegre que, después de una noche tormentosa, había venido desde Valencia para reírse un poco… ¡A burlarse de una fiesta tan antigua como el mismo Cabañal…! ¡Señor! De Valencia habían de ser para atreverse a tanto”.
Texto de Mauro Guillen
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