Años 50 – Colección de Salva Monmeneu
No es oro todo lo que reluce, pero en este caso, ciertamente lo era. Y como agua bendita que alimenta la fe del creyente, sus nutrientes daban el mejor abono a la huerta que desde la ribera derecha del río Turia, se extendía hasta la Albufera.
El detritus de la ciudad se alojaba ante el último azud del río próximo a su desembocadura, y por ello se le conocía como “del oro”, con su proyección como "la séquia de l'or", por tan rico abono que transportaba.
Pues la mejor "depuradora" eran las acequias que esparcían las aguas por los caballones destinados a alimentar raíces dispuestas para producir la mejor savia para las repetidas cosechas que en los campos se producían.
Agua remansada, pero de muchos quilates que, con el tiempo y la industrialización de la zona se iba a convertir en un veneno para la huerta.
Lo que daría fin a su cometido para convertirlo en un estanque de olvido, tras su misión de gran baúl de riqueza que había estado cumpliendo desde muy avanzado el siglo XIX, en la actualidad lugar de turismo de surrealista diseño, con el Puente del Azud de Oro en su recuerdo, sito en la moderna Ciudad de las Artes y las Ciencias.
Hola Julio:
ResponderEliminarEs lo que tienen los avances ténicos que son buenos para algunas cosas y perniciosos para la naturaleza.
Muy buen reportaje.
Saludos desde esta hermosa ciudad de Valencia, Montserrat