Se reunía gran cantidad de gente en los alrededores de la iglesia, practicantes o no, porque la misa culminaba con el disparo de la traca al grito de ¡So!. Al fin y al cabo se utilizaba en los actos religiosos, con el rito de “Aigua i foc”.
Se remontaba al año 1714 cuando la tierra valenciana apoyó a la causa de los Austrias en la batalla de Almansa y los Borbones dispusieron un ejemplar castigo.
Teníamos el mayor taller de armas de todo el Mediterráneo en la Ciudadela, hasta que Felipe V ordenó desmantelarlo y la maquinaria pesada se fue a Toledo, quedándose solo las armas de defensa personal. Valencia decidió quemar toda la madera de la que se componía quedando los cañones de los fusiles.
Como resulta que la mayor parte de los trabajadores del taller de la Ciudadela procedían de Burjassot, tuvieron deferencia con los herreros de este poblado e hicieron que compraran los cañones de las culebrinas, que se llamaban vulgarmente trancas. Los clavaban en el suelo y los hacían detonar, y es de esta manera como surgió el nombre de traca valenciana, de tranca.
Varios autores
dedicaron obras a la traca valenciana, como es el cuadro del famoso pintor
Pinazo (Mascletá) o el de otro pintor como Constantino Gómez Salvador (Dispará de la traca en Burjassot).
Ya sabiendo como fue el comienzo, hay que suponer que fue progresando y aparecieron las “tracas corridas”, corriendo con el fuego, o bajo de él, eran los “Correfocs”. Tenía el gran atractivo de que no se realizaba en un punto fijo, sino que se realizaban tiras largas de traca que alcanzaban kilómetros.
Pero la gran innovación ocurrió durante la Exposición Regional Valenciana de 1909, cuando expertos de todas partes del mundo visitaron el stand dedicado a ello aportando conocimientos y la introducción del color. Así que de esta manera a partir de 1914 ya se pudo usar el término de pirotecnia, porque hasta entonces solo era un ritual de fuego.
Y por fin
llegó la primera mascletá. Fue el 11 de marzo de 1945 a la 1 del mediodía, en
la Plaza del Caudillo, disparada por Antonio Caballer.
Texto de Amparo Zalve Polo
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