Había
comenzado la feria y parecía que al cumplir la mayoría de edad, las
primas que siempre compartían juntas las reuniones familiares, la afición al
piano, los gustos por los chicos y la competencia por tener la piel más
clara, este año de 1927 iba a ser para ellas muy especial.
Eran de
familia pudiente, de las de clase alta tal vez, o al menos rozándola. Cuatro
meses antes habían estado ideando los trajes que durante la feria iban a lucir. Isabel, algo más robusta, preparó tres trajes para los bailes de los pabellones. María algo
más delgaducha, por no ser menos, también los eligió por partida
triple. El traje que vestirían para la Batalla de Flores lo dejaron en manos de
sus madres, con la certeza que acertarían un traje de valenciana para la
ocasión.
Se las veía
muy contentas, más bien exultantes ante
la llegada posterior de las vacaciones estivales que tras la Feria pasarían
juntas con toda la familia en una alquería cercana a la playa de Moncófar. Así era la tradición, puesto que la "Feria de Julio" arrancó con el propósito de que las clases pudientes no abandonaran la
ciudad tan pronto comenzara el calor; esto iba en detrimento de los
comerciantes.
Los diarios
del momento hacían eco de la gran fiesta. El día 28 sobre la mesilla donde se
despachaba el correo en casa de la familia de Isabel, el diario Las Provincias anunciaba en su primera página:
“Los
pabellones, tanto Municipal como de la Agricultura, multiplican sus fiestas,
todas ellas de carácter aristocrático. Con este motivo los referidos pabellones
se ven concurridísimos, desfilando por ellos nuestras bellísimas mujeres. Los
bailes populares y los estrepitosos castillos quedan para el resto del público
que no falta por las noches a sus espectáculos favoritos, que tampoco suelen
ser gratis del todo”
En el pabellón de Agricultura era muy
característico bailar rigodón. Las señoritas aparentaban ser grandes damas afrancesadas,
de hecho, encargaban los vestidos a modistas francesas para la ocasión.
Tenían amigas que preferían el de Comercio, porque disfrutaban bailando el vals. Reunían a la creme de la creme de la burguesía de la época. Al finalizar
el día remataba un castillo de fuegos artificiales en el que ya se mezclaba
todo tipo de clases sociales.
Llegó el último día de Feria, el de la "Batalla de Flores". Juntas, iban a desfilar sobre algo, y digo algo porque ni tan siquiera sabían sobre
qué. Debía guardarse como sorpresa por parte de las familias. Estaban ansiosas
por saber el traje de valenciana que llevarían, sobre qué irían sentadas y cuál
de las dos luciría mejor. A media tarde tenían que estar ya sobre las carrozas
para recorrer la Alameda. Ambas, en sus respectivas casas, les ayudaban a
colocarse todas las piezas que el lujoso traje de valenciana ostenta. El
peinado tenía que llevar el ondulado perfecto, la peineta corta, como estaba de
moda y los rodetes de los lados. El color del traje era de un azul celeste, de
“espolín” a juego con los zapatos.
Archivo Municipal
La primera en
llegar a la cita fue María. El lugar estaba lleno de carrozas, que los propios
artistas falleros habían hecho, por supuesto envueltas en flores. ¿Se llevarían
el “Premio extraordinario Barón de Cortes?.
Se encontró
con su carroza, una gran cesta de flores, muy ornamentada y pensó que tanto
ella como su prima, se encontrarían como dos flores más dentro del canasto. Algo
ensombreció su emoción cuando vio aparecer a su prima Isabel. Estaba guapa, vistosa, pero su gran sobresalto fue cuando se vio reflejada en ella.
!Llevaban el mismo vestido!
Les afectó, pues cuando se cumplen dieciocho años ya no gusta por muy unidas que estén ir igualmente vestidas. Ambas se metieron en la cesta y rodeadas de claveles rojos y blancos se dirigieron hacia la Alameda. Tras pasar por el puente del Real, con la imagen del Palacio Ripalda, lugar donde se ponían los fotógrafos por su bonita toma, salió esta foto, y con ella sus caras de desagrado por la sorpresa.
El castillo de
fuegos artificiales que puso fin a la Batalla de Flores y a la Feria de este
año, junto al inicio de las vacaciones familiares dejó atrás la anécdota, que
como siempre quedó en eso, en una anécdota.
Texto de Amparo Zalve Polo
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