La noche valenciana quedaba escueta para los noctámbulos y
los no noctámbulos, los trabajadores nocturnos que a la salida de su trabajo
disfrutaban de tomar un café, una copa o
simplemente de una buena tertulia. Digamos que en su mayoría eran artistas que
al terminar su función les apetecía reunirse: autores, cómicos, empresarios, o
simplemente admiradores de la salida nocturna.
El caso es que no encontraban lugares donde no dieran el
cierre a partir de las tres de la madrugada. Y es que había un horario de
cierre establecido según legislación. En la entonces calle de Calvo Sotelo, y junto al cine Lys,
la organización de los músicos dio puerta abierta, aunque ciertos incidentes
hicieron que aquello acabara.
Después de continuadas reuniones gremiales, se llegó a un
acuerdo con el entonces gobernador Jesús Posada Cacho, estableciéndose un turno
de cafeterías que abrirían hasta las seis de la mañana, un turno de “bares de
guardia”.
! Qué caramba! ¡pues no habían farmacias de guardia!
Se barajaron por proximidad al centro y por capacidad, tres
de ellas: Barrachina, Lauria y Balanzá. Aunque también entró en juego la
cafetería Hungaria, pero renunció a esa suerte, simplemente por temor a que se
les llenara el local de señoritas de “mala reputación”, no fuera que se les
acabaran las tarjetitas con las que por el día invitaban al abandono del lugar
cuando aparecía una “dudosa”.
Las tres cafeterías se organizaron en turnos de manera que
cada semana cerraba una de seis a seis y media de la mañana para proceder a su limpieza. Ni que
decir tiene estas reuniones nocturnas no estaban exentas de altercados, pero
para eso estaba cerca la “pareja” de la puerta de Correos.
Esto duró hasta que se acabaron los turnos con el final de
los cincuenta. Entonces, todos a la plaza del Caudillo, junto al cine Rialto, quinto
piso, en el local de la Asociación Sindical de Músicos Españoles. Era solo para
socios aunque todos tenían la puerta abierta. Grandes tertulias salieron de las
noches en el Hogar del Músico.
Texto de Amparo Zalve Polo
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