La torre del Micalet se encontraba en 1425 en su recta final. Vertical y exenta. Y mientras los valencianos daban vueltas completas a sus ocho lados disfrutando de su belleza, la pregunta que se hacían alzando sus cabezas era “I qué possarem al remat?.
Separada de la Catedral, había llegado a su cuarto cuerpo bajo la dirección del maestro en el arte de la piedra Pere Balaguer, con una baranda que lucía encanto, pero sin más, solitaria, y a falta de una aguja como cualquier otra torre que se aprecie.
Se comentaba la posibilidad de construir una corona similar a la del escudo de Valencia, y sobre ella, una aguja llamada a rematar la torre con la imagen de un santo o de la Virgen, siendo lo recomendable que alcanzara la misma altura que uno de sus cuerpos, o sea, unos 50 palmos valencianos, acabando el conjunto en piedra pero con el cuidado de no cargar en exceso el peso sobre el campanario.
Pero ese deseado remate final estaba paralizado y la única respuesta de algún miembro del Cabildo era la falta de recursos económicos, mientras que el Arzobispo hacia oídos sordos y no salía al paso de la pregunta popular.
La torre campanario del Micalet esperaba su remate.
La torre campanario del Micalet esperaba su remate.
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