1952 – El gran peligro para nuestro fruto dorado son las heladas, pero afortunadamente y con el buen talante del clima de la huerta valenciana, la naranja consigue su exquisitez y punto de dulzura. Pero por su condición femenina, le encantan los mimos y cuidados.
En la Valencia del blanco y negro y en gran parte del siglo XX, el perfume de su azahar no sólo se esparcía por la ciudad, sino que a la vieja dársena llegaban con el previo paso por la avenida del Puerto las cajas del fruto para su exportación, como primera fuente de divisas.
Pero para ello, los naranjales necesitaban de su previo cuidado que era realizado con el cariño de los huertanos.
La imagen nos lo demuestra, de forma manual y directa, los árboles recibían el tratamiento adecuado y en el momento oportuno, una vez que los sulfatos eran preparados de acuerdo con la exigencia del estado del fruto.
Mañana de radiante sol, sombreros de paja y naranjos preñados, mientras preparan la dosis necesaria que mochila a la espalda, rociarán sobre el que fue “oro de la huerta”.
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