1950 Ca. - La caminata desde la estación del Pont de Fusta era agradable; más aún por el destino a los “Viveros”. Pasada la entrada allí estaba servicial el “fotógrafo al minuto”. Caritas alegres para el recuerdo familiar. Y de inmediato a trotar por su amplia avenida central en dirección a la “montañeta de Elio”, de rápido ascenso entre arbustos, bancos, escalones y flores. Y ya arriba el frontal de la Feria de Muestras me privaba observar la torre espigada del Ripalda, de cuya cima partía un pasadizo hacia la Terraza Rialto que nunca intenté cruzar.
Y luego al estanque, que era visita obligada, con los patos puntuales ante unas pocas migas de pan sobre el agua. Hasta pavos reales decoraban sus ribazos. Cercano, el enorme umbráculo era un remanso de paz donde la merienda de "rosquilletas" más una barrita de chocolate reponían las fuerzas. Muy próxima, la fuente escupía su chorro de agua que ayudaba a digerir el pequeño manjar.
Han pasado más de sesenta años. Y aprovechando la visita por la Feria del Libro he caminado a paso lento por las páginas de mi infancia, por aquellos años de recuerdos y nostalgias. Y allí están, a la entrada los bancos azules de cerámica desconchada, donde la foto digital hace innecesaria la presencia del fotógrafo minutero. ¡Qué gozada que allí estuviera!
Poco, más bien nada, queda de entonces. Sin embargo allí siguen los patos y las migas de pan.
Pero… ¿Y la fuente? ¿Dónde está la fuente?
No se con cuál de las fotografías quedarme para tomarla como ejemplo de la transformación de la ciudad de Valencia, pero cualquiera de ellas me parece un grato recuerdo de un pasado no tan lejano.
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