Años 60 - Dicen que cualquier tiempo pasado era mejor; no lo sé, pero lo cierto es que tenía “más brillo”: al menos por la razonable y buena oferta que existía de “los limpias” quienes lo procuraban a los zapatos, en la actualidad un oficio desaparecido.
Era muy frecuente en los años sesenta verlos durante todo el día en la zona céntrica de Valencia, incluso por los barrios. Algunos tenían sitio fijo en las cafeterías de mayor solera, como era el caso del Trocadero, Balanzá, Aquarium, Lauria, el Ateneo, a los que se puede añadir una larga lista, al igual que en la cafeterías de los hoteles, donde la clientela los conocía por su nombre.
También existieron los salones, que era una especie de peluquería del calzado donde incluso cambiaban los tacones en un santiamén, como los de la calle Ribera y Hermanas Chabás, que no eran los únicos. Unos salones en los que en un lateral, bien con bancada o con sillones, el cliente se sentaba cómodo ante el servicial limpiabotas, quien tras un cepillado para quitar el probable polvo de los zapatos, les pasaba un líquido con una brocha para continuar con el betún que, con su personalizado trapo utilizado con la maestría de sus dedos, los untaban con destreza para finalizar, cepillo en mano y con mucha floritura, una vez había dejado los zapatos con un brillo sin igual; todo al tiempo que, limpia y cliente, cuando éste las requería, aprovechaban la ocasión para sus coloquiales tertulias.
Aquellos profesionales del lustre eran tan atentos que tenían su clientela fija. Y también era habitual verlos en la calle, como en esta foto de los años sesenta en la calle de Játiva aprovechando el chaflán de Bailén, lugar siempre de gran concurrencia.
Era muy frecuente en los años sesenta verlos durante todo el día en la zona céntrica de Valencia, incluso por los barrios. Algunos tenían sitio fijo en las cafeterías de mayor solera, como era el caso del Trocadero, Balanzá, Aquarium, Lauria, el Ateneo, a los que se puede añadir una larga lista, al igual que en la cafeterías de los hoteles, donde la clientela los conocía por su nombre.
También existieron los salones, que era una especie de peluquería del calzado donde incluso cambiaban los tacones en un santiamén, como los de la calle Ribera y Hermanas Chabás, que no eran los únicos. Unos salones en los que en un lateral, bien con bancada o con sillones, el cliente se sentaba cómodo ante el servicial limpiabotas, quien tras un cepillado para quitar el probable polvo de los zapatos, les pasaba un líquido con una brocha para continuar con el betún que, con su personalizado trapo utilizado con la maestría de sus dedos, los untaban con destreza para finalizar, cepillo en mano y con mucha floritura, una vez había dejado los zapatos con un brillo sin igual; todo al tiempo que, limpia y cliente, cuando éste las requería, aprovechaban la ocasión para sus coloquiales tertulias.
Aquellos profesionales del lustre eran tan atentos que tenían su clientela fija. Y también era habitual verlos en la calle, como en esta foto de los años sesenta en la calle de Játiva aprovechando el chaflán de Bailén, lugar siempre de gran concurrencia.
Entrañable y sacrificado oficio, que sino desparecido totalmente si que es raro ver a un limpia con su maletín y su sillita, para dar betún y que los zapatos quedasen relucientes. Un abrazo . Gregorio
ResponderEliminarHola Gregorio, precisamente el otro día vi uno en una cafetería, en Aquarium, pero ya nada tiene que ver con aquellos de los años 50/60 que eran unos artistas, cepillo y bayeta en mano, que habitualmente era de tela de colchón.
ResponderEliminarUn abrazo