Si hablamos del escultor me voy a referir a José Aixa. Imaginamos el típico artista de la época, de pocos recursos, al que nadie sabía de él. Un valenciano desde muy joven enamorado del arte de la escultura, pero como le faltaban recursos y no podía ir a estudiar al extranjero, cosa muy frecuente en los artistas que querían empaparse de la sabiduría de los del exterior del país. Fuerza y tesón para el trabajo no le faltaba, por lo que decidió viajar a Alemania con el fin de encontrar un trabajo como humilde operario en los talleres de los afamados escultores. Volvió a Valencia con muchas cosas aprendidas y con muchas ilusiones, pero no era conocido y no recibía encargos. Estaba tan desalentado que hasta llegó a pensar en desprenderse del cincel para siempre y dedicarse a otro oficio, tal vez como ayudante en una carpintería o también pudiera ser en algún despacho.
Tuvo la fortuna de que el Rector de la Universidad D. José Monserrat sacó a concurso una figura que honrara el claustro de la Universidad, y quien mejor para hacerlo que Luís Vives, y la dispuso en bronce.
Aixa con sus manos ágiles tomo arcilla y comenzó a moldear el boceto. Rápido el jurado se dio cuenta que el que más brillaba en arte era el de Aixa entre los otros ocho que presentaron, sin vacilación acordaron ese boceto.
Realizó la figura del filósofo de pie, estrechando sobre su pecho un libro que llevaba en la mano izquierda, mientras que la mano derecha la extendía con actitud de explicar lo que su mente entiende.
Ahora faltaba lo siguiente, fundirla en bronce, y aquí se encontró el problema. No se apostaba por nadie en esta ciudad que lo pudiera hacer. Se disiparon las dudas al pensar en Vicente Rios, maestro de fundición de la gran fábrica La Primitiva Valenciana, con lo que estuvo de acuerdo el director de la fábrica, D. Julián Chavarri, ya que apostaba por el bien hacer del maestro.
Con gran entusiasmo el director de la Maquinista Valenciana quiso contar con la presencia de ciertas personas para el disfrute del momento en el que el hirviente metal penetrase en el artístico molde. Eso no llegó a ser. Aprovechando un día de ausencia del director en la fábrica el maestro fundidor pasó la noche de insomne y a la mañana siguiente la estatua ya estaba fundida. Me gustaría saber si la hazaña le molestaría o por el contario la alabaría.
Se gastó treinta arrobas de bronce para una estatua que solo tenía unos 18 a 20 mm de grosor. La verdad, que era un trabajo muy laboriosos y preciso .Primero un noyo de arcilla, como para la estatua de bulto y luego el molde como la estatua en hueco, colocando el primero dentro del segundo, dejando el mismo vacío por todas partes que rellenaría la corriente del metal fundido. Se le añade la dificultad de los pliegues irregulares de la estatua.
Y así salió Luis Vives del horno, íntegro y completo. Instalada en 1880 en el claustro de la Universidad de Valencia.
Texto de Amparo Zalve
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