Debiera ser un domingo o día festivo en la ciudad. En la media mañana cuando el sol cubría casi la totalidad de la calle Zaragoza.
La calle más comercial del momento, que intuyo en la foto que andaría sobre el año 1905. La antigua calle Zaragoza que así se llamaba desde la pequeña plaza de Santa Catalina hasta que se encontraba con la verja de la Puerta de los Hierros de la Catedral, porque después de la toma de la ciudad por Jaime I, donó éste los terrenos a los aragoneses que le ayudaron en la conquista.
La cercana Plaza de la Reina ya se había ensanchado adquiriendo la forma triangular, lugar de cruce de las calles de la Paz, San Vicente y del Mar.
Momento también en que la luz eléctrica ya se había instaurado en la ciudad pero que se seguía empleando el gas para el alumbrado público.
En esa mañana festiva los transeúntes se agolpaban en la zona de la derecha para cubrirse del sol. Las persianas de los comercios permanecían cerradas aunque algunos dejaban ver sus artículos a través de los cristales de sus escaparates. Y los eran bonitos, porque en esa calle estaban las tiendas más exclusivas de la ciudad. Dos mujeres se habían detenido junto a la joyería de Rafael Torres Babi, que se había establecido allí desde 1896. Una tercera que pasaba junto a ellas probablemente volvía de Misa de la Catedral. Ataviadas con falda fruncida, amplia hasta los pies y casi hasta debajo del pecho porque la moda había cambiado, o seguramente porque la comodidad se imponía frente a la coquetería en esa edad. De apenas mudas les obligaba a cubrirse con delantal para preservar la tela y a modo de toca una tela sobre los hombros, probablemente por lo mismo para la camisa holgada y de mangas abullonadas. Ellas no usaban corsé, pero sí una camisola y calzones.
Se realizaban encuentros, saludos, y algún que otro guiño oportuno. Los hombres cubrían la cabeza tanto en invierno como en verano. El sombrero denotaba el estatus social. Se cubrían de boina, de bombín o de Canotier. Sobre una camisa o camisola había un chaleco o chaqueta. Para los días más frios el paño áspero de somonte o el de burel de pura lana de oveja.
Parecía que vestían de domingo aunque alguno portaba el blusón típico del labrador valenciano.
Algunos hablarían del orfebre José Sugrañes que ya se había ido de la calle para trasladarse a la cercana calle de la Paz donde seguía su dedicación a la orfebrería religiosa.
No cabe duda que en poco tiempo iban a sonar las campanas del Miguelete...
Texto de Amparo Zalve
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