Altar de San Vicente Ferrer en la calle Bolsería. 1927
Es la fiesta de aquel Apóstol del siglo XIV.
En los primeros días de primavera los balcones que habían permanecido cerrados durante el invierno se abrían, para colgar de ellos ondulantes cortinas, llenándose de macetas con flores. Se despojaban de los abrigos de invierno para cambiarlos por los de primavera y se echaban a la calle en busca de los Altares del Santo.
La imagen de San Vicente Ferrer se alzaba sobre catafalcos muy bien ornamentados, cuidándolos las cofradías de la vecindad. Preparaban inscripciones y carteles, declamaban romances y coplas cantadas, y algún que otro villancico, todo en castellano. Toda una fiesta para un Santo.
Ese fue su comienzo hasta que sin fecha precisa se introdujo la escenificación de los hechos milagrosos de San Vicente Ferrer. De hecho hay una representación que aparece impresa en el año 1816, en la que se alude a la calle del Mar. En dicho altar un niño predicaba un sermón fingiendo ser San Vicente, y otros dos niños cantaban versos vestidos de ángeles.
A partir de ese año aparecen impresos muchos más Miracles. Estas representaciones, ya en valenciano, estaban a cargo de los Niños Huérfanos de San Vicente Ferrer y los de otros hospicios, que se colocaban en los altares la víspera y el día del Santo para declamar el Miracle en valenciano, pero el vulgar, haciéndolo de hora en hora.
Con notas cómicas el lego o motiló acompañaba a Sant Vicent para que el público riera a carcajadas contrastando con la severa santidad de su compañero.
Año tras año nunca se agota el repertorio, porque de autores, de historia y de hechos portentosos el Santo va sobrado.
Texto de Amparo Zalve
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