Archivo Municipal
Justo es rescatar de la memoria la figura del dr. Ramón Gómez Ferrer, cuando se ha cumplido el primer centenario de su muerte, quien entre todos sus deberes como médico, destacaba por su consagración al periodismo médico, en su estimulación a la cultura general de la que tan necesitada estaba la sociedad, indicando los derroteros a seguir en la mejora de la enseñanza, en la defensa de los ideales políticos y en su colaboración constante por la gran obra social de la lucha contra la tuberculosis dirigiendo el Sanatorio Marítimo de la playa de la Malvarrosa.
De él se explayó quien había sido alcalde de Valencia un par de décadas antes, el dr. Sanchis Bergón, exhortando a las madres para que lloraran por él, a sus discípulos para que le adoraran, a los pobres para que bendijera su memoria, a los creyentes a que se inspiraran en su caridad, a los escépticos para que imitaran su generoso desprendimiento en su amor al prójimo, y a todos para que rindieran junto el tributo de sus lágrimas, una plegaria, un pensamiento, y en general pedía por el piadoso recuerdo de una oración, a quien, como divino taumaturgo, hizo renacer la vida en el seno de un moribundo familiar.
Al insigne maestro de la medicina que levantó a la ciencia un altar en su cátedra y que convirtió su sala del Hospital en sagrado templo: el sacerdote del bien que no se limitó a predicar como apóstol, sino que lo ejercicio como Santo.
Triste es morir - había terminado el alcalde- pero ¡dichoso aquel cuya muerte deja transido de dolor a todo un pueblo.
Pocas veces la Muerte anduvo mas ciega e injusta en la elección de su víctima, ni empleó procedimiento tan cruel y artero para introducirse en un hogar tranquilo, honrado y dichoso. Pareció venganza del dios de las tinieblas, hiriendo al moderno Esculapio, y no el inexcusable tributo a la Naturaleza, que exige la muerte de uno para perpetuar la vida de los otros.
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