sábado, 4 de mayo de 2024

POCO TIEMPO HABIA PASADO DESDE QUE SE INAUGURÓ

 

        
A primera hora de la mañana la tía Tomasa, como todas las mañanas por devoción, entraba en la plaza. No solo por llevarse los primeros cogollos y las primeras judías de la parada del mercado, no le gustaba el “rebuch“, sino que también era una de las únicas posibilidades para salir de casa. Enlutada desde hacía unos años cubría su cabello con un pequeño velo negro, porque del luto no se podía quitar, por su hermano que había fallecido hacía un año y por los dos meses pasados que el tío dejó tierra.

Disfrutaba de ver como un matrimonio pasaba contento muy cerca de ella. Afloraban los recuerdos a su mente, pero solo los bonitos, tal cual veía a la pareja reflejaba en sus caras la de su pobre Matías y la de ella, cuando tan solo hacía cinco meses pasaban casi a diario por la plaza.

No habían tenido hijos, pero le hubieran gustado. ¡Así sería como iaia! Exclamó al ver a un pequeño niño que se paraba delante de su abuela a la vuelta del mercado para observar una pequeñita chapa reluciente entre dos adoquines.

-¡Por ahí va la sirvienta de la Patro! Se cree que no la he visto porque sabe muy bien disimular. Que su señora la envía al mercado pronto para que llene la cesta con lo más fresco, pero ella, la muy avispada, la hace rápidamente, porque sabe que en la puerta de la camisería esta Leopoldo que la pretende.

Los puestos de flores adosados a la fachada estaban vacíos. Al menos los de la otra parte sí que los tenían abiertos, y ella hoy quería hacerse una copia de la llave de la puerta de su vecina, por eso de si les pasaba algo por estar solas y viudas. 

Y ahora tocaba subir las escalinatas, por la parte izquierda y bien agarrada.

Texto de Amparo Zalve

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