A la vista está el icono de los automóviles de la época, el pequeño Seat 600 que algún cabeza de familia, porque así se le llamaba entonces, había aparcado junto al Edificio del Reloj o mejor dicho la Estación Marítima construida para cubrir los servicios de las líneas regulares de viajeros.
Dirección hacia los Tinglados, cuya ornamentación los convertía en emblema del mar y de la agricultura, estaban al paso las taquillas para coger las embarcaciones que nos llevarían hasta el pequeño rompeolas de “La Chitá”, y de vuelta a la Dársena. Era toda una aventura subir en esas embarcaciones que anunciaban bebidas refrescantes de naranja.
Entre trozos de maroma, de sedal, de restos de cajas de madera, y olor a brea y sal se pasa la mañana de domingo hasta finalizar recorrido en el edificio de la Aduana Marítima, tal y como se ve al fondo de la fotografía.
Texto de Amparo Zalve
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