Despedida del duelo. Una práctica funeraria totalmente desaparecida por las calles de la ciudad que estuvo vigente desde la desaparición de los fosares parroquiales y la construcción, por cuestión de higiene, del Cementerio General más allá de Patraix en la primera década del XIX, y que tuvo su fin con la implantación del servicio de los tanatorios, municipales o privados, que comenzaron su labor en la década de los setenta.
Con anterioridad lo más usual era el fallecimiento en el propio domicilio donde por horas se velaba el cadáver, hasta que llegaba el servicio funerario para su traslado en cortejo funebre al cementerio correspondiente, con un acto previo, solemne, al que asistían familiares y amigos acompañando al coche tirado por caballos en su recorrido por la ciudad para la despedida del duelo.
El duelo que acompañaba al barroco coche funerario se despedía en un acto al efecto en la iglesia de la que el fallecido era feligrés (aunque durante un tiempo era la Iglesia de San Agustín la más asidua) donde se tenía la costumbre de su celebración y la misa por el alma del fallecido, siendo a continuación conducido al camposanto, para su entierro con la asistencia en exclusiva de la familia del difunto.
El coche fúnebre que vemos en la foto en su paso por la calle Calabazas (donde se divisa la peluquería del que fue mi amigo Paco Chapín) se dirige hacia la iglesia donde finalizada la ceremonia los presentes darán el pésame a la familia despidiéndose del fallecido.
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