viernes, 21 de enero de 2022

LA HISTÓRICA Y PEQUEÑA CALLE DE PERE COMPTE

Tuvieron que pasar muchos años desde que el “Mestre en el  noble art de la pedra“, Pere Compte, tuviera su merecida calle; y no lejos de su mayor obra gótica de la ciudad de Valencia, siendo esta la preciosa Lonja de los Mercaderes, que inició sus obras en el año 1482. La ciudad esperó a concederle este honor en 1996.

Esta calle corta y estrecha del centro más histórico de Valencia con paso desde la Plaza del Mercado hasta la Plaza del Doctor Collado tuvo no pocos nombres: Lonja de la Seda, Ferros de la Llonja, Enllosat de la Llonja y Escalones de la Llonja. La de los Ferros se rotuló por tener un cierre de hierro a ambos lados de la calle para poder aislarla cuando los cónsules presidían un tribunal, y esto ocurría por el año 1702. Lo del Enllosat de la Llonja porque se pisaba por unas losas grandes con enrejados que daban luz a comercios vecinos.

Como parte histórica de la calle podríamos referirnos a la fachada izquierda desde que nos situamos a los pies de sus escalones en la Plaza del Mercado.

Lo primero que veremos es su esquinera de la pared de la Lonja es el escudo de la ciudad coronado,  en piedra, portado por dos ángeles. Situada a mitad de calle, la puerta lateral de la Lonja se alza en vano ancho. Esta es la más humilde que hay en las cuatro fachadas. Se reconoce fácilmente porque sobre la madera que compone la puerta hay una reja de hierro con el escudo de la ciudad y sobre el vértice triangular de su arco apuntado, una representación de yelmo y escudo de armas del rey de Aragón. Se adentran tres arquivoltas que acaban en tres estrechas columnas. A ambos lados se abren al interior dos ventanas que alojan luz a la Sala Columnaria de la Lonja, o sala de Contratación. Ángeles, figura humana con capucha y cuerpo de animal, león alado, dragón y animales de estilo felino decoran puerta y ventanas en el exterior.

Nos falta mirar hacia arriba. Enigmáticas figuras como todas las que se precien en las gárgolas de las construcciones en piedra de la edad media nos miran insinuantes, como queriendo amedrantar, explicarnos algo para el paso del tiempo y que cada cual pueda especular sobre su significado. Cierto es que tampoco se sabe de su o sus autores, en este caso.

Sí, podemos levantar nuestras cabezas y recorrerlas una a una hasta llegar a la esquina con la Plaza del Doctor Collado y que cada uno opine sobre lo que ve cuando el arte de imaginar es gratis.

¿Qué podríamos imaginar cuando nos sorprende un hombre con alas que introduce su pene en una tinaja en actitud jocosa? ¿Quizás nos esté demostrando el grado de su virilidad?

Seguimos con un consabido monstruo. Este con mezcla de ave y carnívoro.

Ahora viene el devorador. Un hombre es devorado por un animal indescriptible. No sé, podría significar el terrible fin del que cae en pecado.

Esta otra ya parece más sensata, por la supervivencia del animal, cuando un águila sujeta con las garras la presa. Al menos se ajusta a la realidad. 

Esta sí que es desde luego una verdadera obra de arte de las que hay que observar escrupulosamente. Un monstruo,  y encima demoníaco, que atrapa a un  lagarto de los grandes, lo sujeta con las manos sobre su abdomen, y los dos sobre unas caras en sus muslos. Lo que parece es que una de esas caras está repleta de angustia, y la otra sin embargo aparenta placidez. En este que opinen los que están sentados en los escalones.

Y ya estamos en la esquina de la calle y ahora el que nos mira es un auténtico engendro de monstruo con la cara de humano, alas y escamas.

Inimaginable lo que saldrá por esas bocas un día de lluvia. Eso sí, que cada uno también puede imaginar lo que quiera que llueva, pero sin mirar hacia arriba.

Texto de Amparo Zalve Polo

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