En el barrio dels Velluters tenemos un jardín escondido que para saber de él en su origen tenemos que remontarnos a Jaime I, cuando el monarca cedió unos terrenos para la construcción de uno de los conventos que con el tiempo sería el de mayor superficie en la ciudad. Estaba limitado por la calles Bolsería, Monjas, Murillo y Quart, extendiéndose en su zona ajardinada próxima a la de Palomar. El Plano de Tosca de 1704 nos sitúa en su entorno.
Se cree que fue en el año 1239 cuando se inició su construcción, una vez el rey hiciera entrega a D. Ximen Pérez de Arenós una ermita situada extramuros, con la encomienda de su ampliación para alojar un nuevo convento, el de las religiosas de la Regla de Santa Clara, que con el tiempo pasó a ser conocido como el de Santa Isabel por haberse construido bajo el patronazgo de la reina Isabel de Hungría, o con el más popular nombre de la Puridad, tal y como aparece en la cartela del plano del Padre Tosca.
Con el paso de los años el Convento de la Puridad gozó de los favores de la Corte, con importantes remodelaciones que le hicieron crecer en superficie, como también la recepción de honrosos honores. Se destaca el favorable trato que recibieron las religiosas durante los reinados de Felipe II y Felipe III.
Hasta que la desamortización de Mendizábal de 1836 obligó a su destrucción con el objetivo de recaudar fondos mediante la construcción de viviendas en la zona, y a su vez crear un nuevo trazado urbano con la aparición de las calles Conquista, Rey Don Jaime y Moro Zeit. Esta última por ser el lugar de residencia del rey moro, configurando una nueva retícula callejera como testimonio del hecho conquistador.
Conjunto de nuevas viviendas que con las de Murillo, Quart y Palomar iban a cercar el jardín del convento llegado hasta nuestros días, cuya existencia nos habla de un histórico pasado de nueve siglos.
Un jardín olvidado en los despachos municipales con acceso a través del número 6 de la calle Palomar, la casa natalicia del ilustrado Pérez Bayer, edificio de tres pisos que con un paso abierto comunica con una parte de aquel jardín, en el que junto a la maleza existe en la actualidad un olivo de más de 400 años, unas palmeras, unos ficus y mucha hierba olvidada.
Tras la desamortización de 1836 las religiosas clarisas fueron acogidas en el Monasterio de la Trinidad, donde estuvieron hasta el año 1853 cuando la Cofradía de San Jaime donara su instalaciones para que el Convento de la Puridad se instalase a espaldas del Palau, lugar al que en la actualidad se puede acceder desde la plaza de Manises y por la calle de su nombre.
Fotos de Luis Martín Ramírez
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