Esta sorprendente historia sucedió allá en los años veinte cuando un industrial, Enrique Miralles, que vivía en el centro de la ciudad tenía un caballo de pura raza, un capricho de equino para cualquier amante de montarlo. Tanto llamó la atención de un amigo suyo poseedor de un terreno en el Cabañal, que le hizo la proposición de realizar el intercambio, un terreno por un caballo. En un principio parece así contada una idea descabellada, pero vamos a ver como no lo fue tanto, la suerte del destino llamó a la puerta de Enrique.
En esa época había ausencia de agua potable en la zona del Cabañal y como el hombre y su esposa construyeron en la parcela un chalet, requirió los servicios de un pocero que perforó hasta 49 metros y de allí comenzó a brotar agua a borbotones, apareció un buen manantial. Imaginemos la alegría del matrimonio.
Solo era el comienzo de un hecho que les iba a cambiar la vida, a ellos y a muchas personas más.
La pareja hizo un viaje al norte de España y a París. Allí se comercializaba un aparato mecánico que se usaba para lavar ropa. Se le ocurrió la idea de traerse varios para montar un negocio, ya que había encontrado esa gran cantidad de agua en su terreno. Montaron una lavandería moderna para el Cabañal con dos puertas de entrada, la principal daba a la calle Progreso. Se llenaba de propietarios de hoteles, de sábanas, mantas e incluso fundas de asientos de coche.
Cerca de su casa vivía un matrimonio que frecuentaba la lavandería. La esposa era diabética y su salud no era muy buena debido a ello. El agua del lavadero salía fresca y se veía apetecible de beber. Conforme iban pasando los días la mujer iba encontrando mejoría apreciable. Cuando pasaban días en la ciudad notaba como empeoraba. ¿Sería el agua de la lavandería? Así lo pensaron. ¿Mira que si era el agua fresca y apetecible lo que le disminuía la glucosa?
Como sucede en estos casos, comenzó una constante peregrinación para beber en la lavandería del agua curativa. Diabéticos de todas partes acudían para llenar sus garrafas y tener en casa. Se armó un gran revuelo en prensa. Tanto fue que en 1933 se llevó una muestra al Laboratorio Químico Municipal para ser analizada, al menos que no tuviera efectos nocivos para la salud.
Ahora aparece la tercera persona de la historia, Emilio de Palma Rosetti. Lógicamente si era tan milagrosamente curativa, lo que procedía era la creación de un balneario, algo a lo que Enrique Miralles acobardó. Él ya tenía un buen negocio que le iba “viento en popa”, y para qué iba a emprender otro. Emilio de Palma le ofreció una pensión vitalicia mensual de 1500 pesetas para el matrimonio, y en el caso de fallecimiento de uno de ellos, para el que quedará se reduciría a la mitad.
Así es como se convirtió la lavandería en un balneario. Para embellecerlo se modificó la fachada y se rodeó de hermoso jardín, con algunas palmeras de su vecino huerto de Robillard.
El mayor homenaje que tuvo Enrique Miralles de toda esta historia es que al balneario se le puso el nombre de “Sellarim “que era el apellido leído al revés.
Texto de Amparo Zalve Polo
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