«Item declaro y declaro que si yo muriese en estos reinos de España,
en qualquier parte e lugar dellos, que mi cuerpo sea llevado a sepultar
a la capilla de los tres reyes que es en el monasterio de los predicadores
de la ciudad de Valencia del Cid, que la majestad cesarea del Emperador
nuestro señor fue servido deme hacer merced, y que sobre mi sepultura tan
solamente se ponga una lancha de alabastro igual de la tierra, sin otro vulto
con u letrero en que se diga como mi cuerpo yace alli sepultado, y se declare
el dia de mi finamiento porque las personas que lo vieren y leyeren y me
conocieren en esta vida, tengan memoria de rogar a Dios por
mi anima».
Testamento de Mencía de Mendoza. Burgos, 1525.
Don Rodrigo Hurtado de Mendoza y de Vivar había sido
nombrado Capitán General del Reino de Valencia por Carlos I y sobre él recayó
la responsabilidad de sofocar la guerra de las Germanías; tiempo en el que
murió su esposa María de Fonseca, y pocos años después Don Rodrigo, Marqués de
Zenete, en 1523.
Y fue la hija de ambos, Mencía de Mendoza, quien se inclinó por el Convento de Predicadores para dar sepultura a sus padres. Virreina de Valencia y casada con el Duque de Calabria, falleció tres décadas después, para ser enterrada junto a sus progenitores, cumpliendose de esta forma su testamento.
El lugar elegido para el sepulcro fué la Capilla de los Reyes del convento dominico, cuya obra fue encargada al arquitecto genovés Juan Bautista Castello, el Bergamasco, quien tuvo la ayuda Giovanni Carlone y Giovanni Orsolino, paisanos suyos.
La construcción de tan precioso sepulcro fue gracias al
privilegio del emperador Carlos, y si fueron unos cuantos años para que estuviera dispuesto, que lo fue en
1563, su tardanza fue debida a que doña Mencía quería que surgiera de las manos de los mejores escultores, siendo Luis de Requesens quien contrató a sus autores.
El sepulcro, todo de mármol, se corresponde con un túmulo adornado con amorcillos, cartelas y calaveras, símbolo de la muerte que a todos alcanza. Dos estatuas de mármol hueco, yacentes, representan a los padres de doña Mencía, situado en el centro de una capilla de gran belleza y atrevida construcción en 1439 por Francesc Baldomar, uno de los autores de las Torres de Quart.
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