Un suceso que conmovió a todos los valencianos de mitad del siglo XX. Un cine situado en un edificio de la calle Sueca de Valencia, concretamente en el numero 22. El edificio en sí era de construcción del 1917, y comenzó su andadura como sala de cine en 1919 con el cine Progreso, en la época del cine mudo, hasta que en 1943 tomó el nombre de cine Oriente. Así en sus sesenta y cuatro años de existencia fue pasando de mano en mano y de nombre en nombre hasta llegar a cinco distintos: Progreso, Oriente, San Carlos, Acroy y Junior.
Era en este momento el cine Oriente un local pequeño y alargado al que había que sacarle provecho. Ya no estaba necesitado de ciertos elementos que tenía el anterior local del cine Progreso y la solución para sacarle más espacio era la de eliminar las estancias que no se usaban, como el escenario, los camerinos y un pequeño anfiteatro. Frente a la escasez de luz urbana en horarios de invierno, se colocó una apropiada marquesina, que a la vez de proteger de las posibles inclemencias meteorológicas, con tres focos grandes se solucionaba la penumbra.
Ustedes me disculpen por tratar el tema con ironía, o mejor dicho con sarcasmo, pues parece que suena menos acusante, pero es que el temita se las trae y considero que de esta manera puede resultar menos macabro.
Se hicieron altas horas de la madrugada cuando el hombre volvió a casa en estado de embriaguez. Pese a su curda, no tardó en darse cuenta de las papeletas de empeño, descubriendo que la mujer había estado en el Monte de Piedad, ya que dada su situación económica le faltaría para llegar a fin de mes. Se enzarzaron en una discusión en la que no faltó de nada, hasta llegar al extremo del intento de estrangulamiento del hombre a la mujer. Como era lógico, esta lo evitó y de un empujón el hombre cayó contra la pared golpeándose con un objeto de hierro a ella adosado: en realidad era una viga. Llegaron a compartir cama aquella noche, pues la mujer creyendo que había quedado inconsciente por el golpe, lo metió junto a ella. Al volver el día se dio cuenta de que el muerto estaba muy muerto.
Podemos imaginar el pánico que le entró y pensó cómo disimular el desenlace. Para ello se le ocurrió la macabra idea de descuartizarlo, con el fin de que. poco a poco, a pedacitos, lo iría sacando del hogar. Valiéndose de una sierra de arco que el difunto utilizaba para arreglar los asientos del cine fue apoderándose de ese cuerpo. Digno de una novela negra el hecho de que su propio instrumento de trabajo sirviera ahora para despedazarlo. Se ve que no tendría otra cosa a mano.
Se dice que le costó cinco horas a la susodicha, poco tiempo para hacerlo sola, por lo que también se comenta que pudiera ser ayudada por una sobrina que trabajaba en el local de Mercedes Viana, la conocida Sala Mocambo. Y no queriendo entrar en coincidencias, la sobrina vivía en el desafortunado edificio conocido por sucesos de muertes en extrañas circunstancias situado en las esquinas de la Avenida Pérez Galdós y la calle Cuenca, llamado coloquialmente “La finca maldita”. Pues bien, la muchacha fue posteriormente una más de las muchas víctimas de este edificio.
Pero volvamos con el hombre. De momento permanecía en el edificio, y ahora la misión era cómo hacer para sacarlo de allí, (aunque dé yuyu, hay que hablar preciso: troceado) donde ya estaba dos días y los clientes se quejaban del olor fétido de la sala de cine y con razón.
Lo primero que la mujer hizo fue enviarle a Barcelona (en espíritu, claro) justificando así su ausencia. El resto, pues preparar tres cajas de diferentes tamaños. El primer lote con las extremidades va a la calle Filipinas, junto a la vía del tren. El segundo, no le da mucho tiempo para pensar y se queda en la esquina de la calle Sueca, este con el tronco. El tercero, pues le tocó una caja más pequeña, una metálica de galletas, que como tan solo era la cabeza cabía perfectamente. La llenó de tierra y estiércol y fue a un cuarto trastero detrás del escenario (tras “La muralla invisible”).
Cumplió condena de seis años y cinco meses. Al salir tomó refugio en el Barrio del Carmen. Ah, y se me olvidaba, también cinco mil pesetas, que ya era mucho en esa época, ahora 30 euros. ¿Qué empeñaría esta vez?
Al cine de barrio que ofrecía en aquella época dos películas de reestreno se perdieron las ganas de ir, por lo que cambió de nombre al de San Carlos (¿Por qué sería?). En 1956 por el de Cine Acroy y en 1961 Cine Junior, hasta que cerró sus puertas en 1981.
Quedó esta macabra historia para el recuerdo, y es más, nos la recordaron en 1997, al producirse un film sobre ella a mano del director Pedro Costa. Puede que nos apetezca buscarla y verla, ¿O no?
Texto de Amparo Zalve Polo
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