jueves, 11 de marzo de 2021

HISTORIA DE UNA DESDICHADA TARTANA

Sobre ella va, sobre la tartana, esos armatostes que en cada uno de ellos se encerraba la historia de muchos o pocos habitantes. Tablones y lona que nos cuentan historias que han presenciado, pudiendo escribir una infinita lista de singulares y extravagantes acontecimientos.

Y eso es lo que se me ocurre hacer, contar la historia de una de esas tartanas, que una vez leí, que sé como empezó, pero no he llegado a saber como acabó. Puede ser que cada uno al leerlo le ponga su final, a su manera, pero habrá que dárselo.

Nos situamos en la Valencia de 1818, tendremos que visualizar la cantidad de tartanas que circulaban por aquellas calles empedradas de la ciudad, de las que había de todo tipo, para diferentes usos, pero al fin y al cabo madera, lona y mula o caballo.

1900 Ca - Archivo Rafael Solaz

Vivía un canónigo de cierta edad, con achaques propios de ella, con el que convivían una sobrina de  diecisiete y un sobrino con catorce años, por los que el hombre sentía gran cariño y que le ayudaban a soportar la edad y a compartir su renta, eran huérfanos de padre y madre.

La propia edad adolescente de la joven le hacia desear un carruaje donde poder brillar con algo de ostentación, aunque no demasiada. Con argucia y convencido su tío de que podría salir a pasear sin que la gota se lo impidiese, compró la deseada tartana. El encargo fue rápido, el maestro de coches ya le estaba haciendo aquel artefacto con toda clase de comodidades, y un caballo para que tirase de él, no una mula, como solía ser, porque el sobrino quería aprender a montar.

1870 - J. Laurent

Tuvieron su tartana, se lucieron y brillaron sobre ella, pero a los dos años el canónigo falleció debido al vuelco en uno de sus paseos. Pasó a manos de la sobrina en repartición de los bienes, pero ésta estaba loquita por un joven empleado de Hacienda de no muy buena conducta y se la cedió.

La tartana había abandonado los plácidos paseos y las tranquilas conversaciones del canónigo y los sobrinos y ahora se convertía en cubículo de bulliciosas carcajadas de aquel nuevo dueño bromista e irresponsable, que pronto cambió las opacas persianas por cristales; pocos la reconocerían en sus paseos libertinos por la ciudad.

Le duró poco tiempo porque en ese mismo año, 1820, y durante los tres siguientes, fue nacional de caballería, solo por el hecho de lucir el caballo que adquirió con la tartana.

1888 - A. Esplugas

Acabó vendiéndose a un comerciante, si cabe aún más espabilado que él, un joven aficionado a la diversión y que rápidamente reformó los arreos, la pintó de nuevo, y quiso que su amada tuviese la fortuna de ser la primera en verla así de lucidora.

De nuevo la tartana iba a ser escenario de un ambiente impropio de la gente de bien de la época, que volvía a caer en las manos libertinas del tercer y nuevo propietario, y que sobre sus mullidos asientos se sentaban mujeres de dudosa reputación, además de jugadores profesionales, ya que era aficionado al juego clandestino. En una noche perdió gran parte de su fortuna, su amada, y también su tartana.

Y hasta aquí llego, aunque me gustaría saber donde fue a parar de nuevo la desdichada tartana.

Texto de Amparo Zalve Polo

2 comentarios:

  1. Mi abuelo en Teruel tenia una, le llamaban carro valenciano, con el que vendía género y telas por los pueblos.

    ResponderEliminar
  2. Mi abuelo en Teruel tenia una, le llamaban carro valenciano, con el que vendía género y telas por los pueblos.

    ResponderEliminar