viernes, 5 de marzo de 2021

EL REY FERNANDO VII LLEGÓ A VALENCIA

 

Fernando VII - Biblioteca Valenciana

Jactábase Valencia de haber sido la primera en proclamar a Fernando VII, desafiando arrogantemente a Napoleón, con el grito del Palleter. El mismo Rey que en su retorno a España por 1814 y que a su paso por nuestra ciudad dejó la bomba que estallaría sobre la cabeza de los liberales, destruyendo las Cortes y el régimen constitucional, dejando a España en la más absoluta incultura, inseguridad y falta de modernidad.

Pero no voy a hablar sobre la biografía del monarca, ni del rey al que Napoleón devolvió la corona, ni del que fuera “El deseado” o “El rey felón”, ni tan siquiera del hecho histórico tanto para la ciudad de Valencia como de España en general, sino del entusiasmo como fue recibido en Valencia, de los preparativos para su llegada y los actos en su honor durante su estancia. Porque esta tierra tenía que quedar a la máxima altura para agasajar al Rey.

Todo comenzó cuando el 12 de marzo de 1814, el jefe político Valdemoros remitió al Ayuntamiento un decreto que hizo reunir al Cabildo de la Catedral y haciéndolo público de esta manera:

“A las ocho de esta mañana he recibido de orden de la Regencia, y por el Ministro de la Gobernación de la Península, ejemplares del Soberano Decreto de 8 del corriente, mandándose hagan rogativas públicas en todas las iglesias de la Monarquía, por la feliz llegada de nuestro amado rey a la capital de España y por el buen éxito de su gobierno bajo la égida sagrada de la Constitución. Me apresuro a pasar a V.M, un ejemplar para que pueda disponer inmediatamente su ejecución en esta capital, poniéndose de acuerdo con el Ilustrísimo Cabildo y Gobernador de la Mitra en lo que a cada uno corresponde, dándome el aviso correspondiente para mi gobierno “.

Su entrada triunfal. Obra del pintor Fernando Brambila

Hubo tres días de rogativas al Rey, vuelo de campanas y procesión con la Virgen de los Desamparados.

Valencia se engalanó como nunca lo había hecho. El Ayuntamiento se encargó de adornar la calle de Murviedro por donde sería el acceso al interior de la ciudad, junto con el puente y la Puerta del Real, y todas las calles que formaban el camino a la Catedral.

Las autoridades municipales extremaron el aseo de las calles, prohibiendo toda circulación de vehículos y de caballos, ausencia de perros y los que hubiera, con bozal. Los labradores con manta no entrarían en la ciudad, que no hubiera puestos portátiles ni pesos públicos. Los establecimientos de comidas abrirían de siete de la mañana hasta las nueve de la noche y las tabernas una hora antes. Las puertas de las casas abiertas y con la luz del zaguán toda la noche desde la puesta de sol, por si los forasteros no encontraban albergue debido a la escasez de hospederías y las pocas que habían estaban reservadas para el séquito del rey, con lo cual ningún vecino podía negarse al alojamiento de quien lo necesitara.

Para el descanso de él y su séquito se había acondicionado el Palacio de Cervelló, a falta del ya malogrado Palacio Real, y que con la opinión de los patriotas, quedaría limpio de la mancha francesa que dejó el Mariscal Suchet  cuando se alojó en él. Delante de palacio se instaló un entarimado para orquesta y también otro en la Casa Vestuario para la orquesta Municipal.

El 15 de abril ya estaba en Segorbe retomando el camino hacia Valencia, que un mes antes había abandonado por rebeldía, cuando había salido de Gerona. El General Elío fue a su encuentro, le regaló su espada y le prometió restaurar el trono. En Puzol le esperaba Luis María de Borbón.

Llegó el día, el 16, y cientos de labradores se acumulaban a su paso en las cercanías del Monasterio de San Miguel de los Reyes. Le abrían camino tropas de los regimientos militares. Un improvisado arco a la entrada del puente del Real, sobre las cuatro de la tarde le daba la bienvenida con la presencia del Ayuntamiento en Corporación, para llegar a su lugar de alojamiento, que como he citado antes era el Palacio de Cervelló, que como se puede imaginar, era acompañado por una gran agitación popular desde ventanas y balcones, a pie de calle sin temor a enredarse entre los caballos, desde lo alto de farolas y tapias, todo el espectáculo de los que solo pensaban en el jolgorio general y en ver de cerca la cara del rey, que la perfidia francesa arrebató seis años atrás. Tras ello, besamanos, volteo de campanas, orquestas, estampido de cañón; y al anochecer una orgía de luces por toda la ciudad, dejando atrás la oscuridad de la que sufría normalmente cuando se sumía en la noche, castillo de fuegos artificiales y general alboroto y alegría hasta la medianoche.

Ni un solo día se desperdiciaron actos, visitas a modo de excursión por distintos lugares, cabe reseñar la agradable visita que tuvo en el Grao. Así un día tras otro hasta el 5 de mayo, en el que voy a recalcar algunos hechos tan solo por importantes para los valencianos. Por citar, y por orden de día: Solemne misa en  la Catedral, donde se entonó el "Te Deum", y visita a la Basílica de la Virgen. Procesión de San Vicente Ferrer y velada en la Real Maestranza. Excursión al Grao. Peticiones de favores al Rey por autoridades eclesiásticas y por el Claustro Universitario. Visita al Colegio del Corpus Christi. Visita a la Academia de Bellas Artes. Visita al lago de la Albufera. Segunda visita al Grao para la fiesta que le habían preparado los matriculados marineros. Solemne misa en la Catedral y obsequios de los canónigos como despedida.

1870 - Palacio de Cervelló - J. Laurent

Llegó el día 5, a las siete y media de la mañana el rey salió del Palacio de Cervelló, con el gentío agolpado vitoreando con exclamaciones de “Viva el Rey”, pese a la hora temprana, y acompañado de corporaciones y autoridades. A las ocho suben al coche con el cortejo del Real Cuerpo de la Maestranza. Unos estudiantes de la Universidad estaban esperando a su paso en la Cruz Cubierta del camino de Játiva y el Rey se detuvo para escuchar los cantos que le habían preparado; enarbolaban una bandera negra en señal de luto por la partida del monarca y tras entonar las canciones con sus instrumentos rompieron estos para demostrarle que nunca más servirían para agasajar a otro. Y siguió hacia Madrid.

Texto de Amparo Zalve Polo

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