Dos mujeres acompañaron la vida del novelista, aunque era bien conocida su admiración por las mujeres bellas y sobretodo si estaban dedicadas al mundo de la ópera. Pero estas dos hicieron que su vida sentimental fuese plena, aunque las dos la complementaban, María Blasco del Cacho, le dió la firmeza de un hogar, la fidelidad de una esposa dedicada y bondadosa que recibía cartas de amor a la espera del regreso de su marido cuando viajaba por otras tierras. Elena Ortúzar, amante enamorada hasta convertirse en esposa, la intelectualidad marcada por ambos, compañera de viajes, hechos y éxitos y la que consiguió que tan solo estuviera ella, por su poder sensual, para acabar con sus escarceos amorosos.
Mejor contar la historia como si de una de sus novelas se tratara ya que se entremezclaron sus vidas en un momento determinado.
Era el año 1885 cuando Valencia estaba improvisada por hospitales que recibían enfermos de cólera, pues la epidemia asolaba la ciudad. Pero la vida seguía su ritmo y no se rendía ante la evidencia y el peligro. Se hacían reuniones políticas y literarias en las casas de personajes ilustres y de la alta burguesía.
Una tarde de
otoño, en casa de los señores Blasco de Cacho, un amigo común, y que pretendía
a María, invitó a Vicente a la reunión informal que aquella casa iba a tener. Como solía hacerse
por costumbre, mientras se tocaba el piano, se saboreaba un delicioso chocolate
caliente, que en muchas ocasiones acompañaba el dulce sabor de una jugosa “coca de llanda”.
María estaba
radiante, de espléndida juventud, guapa, morena, de cuerpo esbelto, que quedó
prendada de un muchacho algo mayor que ella y que mostraba conversación
inteligente.
Hija única que
junto a su madre vivía en la alquería de su tío paterno, cercana al lugar
donde más tarde se edificaría el mercado de Colón, huérfana reciente de padre.
Su carácter
era bondadoso y hogareño, una perita en dulce para Vicente que se vió rápidamente cautivado por ella. Se veían a menudo, menos cuando ella pasaba los
veranos en Villavieja, un pueblo de Castellón, y él iba a visitarla los fines
de semana.
Por aquel
tiempo Blasco Ibáñez escribió su novela “Por la Patria”, por la que sufrió
destierro y a la vuelta se casaron en la iglesia de San Valero, era ya el año
1891.La reciente muerte de su madre hace que se case con vestido negro y velo
blanco. Se instalan en una casa de la calla Horno de San Nicolás.
La vida de
María no fue muy agraciada con su matrimonio, al que le dio cuatro hijos, pero
casada con un hombre de inquietante vida, que sufrió de cárcel y exilios,
arruinado varias veces y que se batía en duelos por amantes.
Sus vidas, cuando Vicente ya cumplía los cuarenta, se veía muy resentida. Su gran amigo Sorolla lo citaba a su estudio para hacerle un retrato. Se percató de una mujer que encerrada en un lienzo le hizo sentir deseos de conocerla. Su amigo le preparó un encuentro en su estudio de Madrid, aunque le anticipó que era casada con un rico diplomático chileno, dueño de unas minas de cobre en su país. Aprovechó la llegada de ella con su esposo a Madrid, que le sobrepasaba bastante en edad y le presentó a Elena Ortúzar, le llamaban Chita en su entorno.
Del encuentro, poco más que decir que se enamoró ciegamente de una mujer de bella figura,
elegante porte, alta, rubia, ojos azules, que el lujo era parte de su vida,
vestida de visones y chinchillas y con joyas exclusivas de Cartier.
En poco, logró que su fijación en ella le apartara de su afán por las mujeres del espectáculo, las germánicas en especial y dedicadas a la ópera.
Escribió la
novela “La maja desnuda” en dos meses, haciendo parecer una confesión íntima
del escritor al asemejarse la trama y los personajes a los dos amantes. Al
parecer, su esposa María se percató, al
igual que su amante Elena, que se sintió identificada con el personaje. Tuvieron
una ruptura Vicente y Elena de poco tiempo, ya que él por intento de
reconciliación hizo caso de la proposición de ella y se destruyó la edición
entera, no habiendo mejor forma que quemarla la noche antes de su
distribución. No fue esta la primera, ni última ruptura temporal con Elena. A raíz de un nuevo enfado con ella escribió, simplemente dejándose llevar por la
ira, la novela “La voluntad de vivir”, y volvió a quemar la edición, los doce
mil ejemplares, en la playa de la Malvarrosa, con el fin de recuperar el amor.
En 1917
enviuda ella, pero como mujer devota y católica, no había podido convivir con
él y era la ocasión para hacerlo durante las estancias del novelista en Mentón, en la villa Fontana Rosa.
María Blasco
del Cacho murió a los 55 años, y Elena y Vicente se casaron allí, en Mentón,
en 1925. Treinta y cinco años sobrevivió al escritor.
Blasco Ibáñez y Elena Ortúzar
María se fue
pronto, dejando su legado de amor a los amantes, pero sabiendo de la
profunda admiración hacia ella y su
familia de su esposo y cumplido el sueño de una residencia espléndida en la
Malvarrosa. Lo que no sé si desconocería que su amor era compartido mientras le
escribía "cartas cariñosas” durante su exilio en Francia.
Texto de Amparo Zalve Polo
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