Recorriendo la calle Roger de Flor, desde la plaza del Pilar hasta la avenida del Oeste, observando las estrechas calles que salen a ella, sus nombres, la necesidad de adentrarme en ellas tantas veces, como si esa zona de Valencia, antigua, histórica, me llamara para escribir sobre ella.
No hay nada mejor que adentrarse en él, recorrer sus rincones e ir muchos años atrás donde el asfalto habla y sus paredes cuentan.
Me fui a la muralla musulmana y vi los terrenos llenos de huerta que quedaban fuera de ella en las que había unas casas dispersas. A continuación me di la vuelta y me encontré con las murallas cristianas, era 1356. El número de casas había aumentado y se trazaban por calles, de escasa anchura y muy próximas entre sí. Las casas de pequeñas parcelas de fachada estrecha, una o dos alturas, algunas con andana, casa y oficio en el mismo lugar, casas de obrador.
Algunas calles aparecían curvilíneas, incluso diría que zigzagueantes y es porque se veían condicionadas por el gran número de acequias y sus ramales. Había uno que se distinguía bastante y que daba el aspecto curvilíneo a lo que hoy es la calle santa Teresa y Moro Zeit. Acequias que por otra parte se rompían cuando se desbordaban durante las riadas.
Plano de Tosca
Avancé un siglo más y la “Acequia Podrida”, actual calle Maldonado había creado un eje diagonal en un entramado de calles y manzanas.
En los límites del barrio, en la calle Quart, me encontré de frente con el convento de la Puridad, y próximos a la muralla, los conventos de la Encarnación y del Pilar.
El barrio se iba poblando cada vez más de artesanos sederos, también foráneos, sobre todo de Castilla y de Italia. Había multitud de moreras cercanas intramuros y plantaciones de ellas extramuros, multitud de acequias donde lavar las madejas de seda. ¿Qué más se podía pedir para los artesanos de este gremio? ¿Y el beneficio de tener más tarde tan cercana la Lonja de la Seda?
Avancé todavía más en el tiempo y el auge del barrio produjo varios edificios de solera. Primero visité el palacio de los Condes de Parcent, y muy cerca de él las Escuelas Pías.
Me di cuenta que el semblante de la gente que pasaba reflejaba tristeza porque la plaga de la “pebrina” estaba destruyendo las moreras. Se estaba importando seda asiática, y para sustituir la seda natural se inventó la seda artificial, era el ocaso de la mayoría de la gente del barrio. No pudieron con ello.
Ya había llegado al siglo XIX, y tras el declive empezaron las reformas. La muralla cristiana se derribó, planes de ensanche, y definitivamente la destrucción de gran parte del entramado urbano y social.
Texto de Amparo Zalve Polo
Qué maravilla.
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