Lucíanse las fachadas de mosaicos de bonitos colores al
dejar entreverse los primeros rayos de sol; viviendas al lado del mar en las
que los pescadores habían cedido algunas de las pocas barracas que quedaban,
unas por descuido, otras por modernidad, para que los terrenos edificables
dejaran nombres en sus calles.
Corría el año 1839 cuando los pobladores de la zona habían
adquirido un cierto nivel y no solo era ya de los pescadores y sus familias, sino que se establecieron pequeños empresarios, transportistas y patrones de
barca buscando una distinción para sus casas.
Un año más tarde el Ayuntamiento de Pueblo Nuevo del Mar, junto
con la Bailía General del Real Patrimonio emprende un nuevo plan de
urbanización. Había que darle un comienzo a lo que también se convertiría en
lugar de veraneo que solo distaba cuatro kilómetros del centro de la ciudad.
La primera calle como tal fue la Calle de la Reina, la que
actuaría como eje principal del moderno urbanismo del Cabañal.
No fue difícil acordar que las casas que daban al mar fueran “casas bajas al piso de tierra”, sin poder levantar otro piso en el interior,
y que la fachada principal que miraba a la calle tampoco. Sin embargo, las
manzanas que daban al interior, serían “casas a piso de tierra con habitación alta”.
“También es condición que todos los edificios de casas de
la mencionada calle han de tener un andén comprensivo de todo lo ancho de su
fachada principal , y lo mismo las de las espaldas, de doce palmos valencianos
de ancho, unidos unos con otros entre ambas casas, sin que suban o bajen unas
más que otras, debiendo todas estar perfectamente alineadas; a las que se les
marcará la altura y nivel que deberán tener respecto a la superficie de la
calle, cuya construcción será formando una pared del espesor o grueso de un
ladrillo, que podrá ser también de mampostería ordinaria, su coronación en
cualquier clase de losas de sillería y su terraplén de piedra y graba buena de
río".
Dio respuesta al deseo de la burguesía valenciana del
periodo Isabelino de poseer una residencia de recreo estival y así facilitar el
poder tomar los apreciados baños de mar.
Cuando era calle de la Libertad
También habría que pensar en algo que les causara
distracción en las largas tardes de estío y las frías de invierno. Un bonito
teatro. Eso es lo que hacía falta.
Y se hizo. El Teatro de las Delicias. Pero un desafortunado
incendio se lo llevó en 1864. Aún quedó de él para poder reconstruirlo, aunque
cambió de nombre pasando a llamarse Teatro de la Marina en la I República.
Una casa que tuvo su historia fue la de Bernabé Dombón y
Olivar. Ingenioso inventor madrileño que estableció su taller en 1859 en uno
de los solares reparcelados. Se hacía conocer por el Constructor de máquinas de
Su Majestad. Empeño puso para confeccionar
una máquina voladora y para cuya presentación tuvo deseo de invitar a Isabel
II, hecho que derivó, no sé si como leyenda o realidad en el nombre de la casa:
“La Casa de la Reina”. La máquina fracasó estrellándose en la playa de la
Malvarrosa, y por supuesto la reina nunca acudió.
Así han pasado los años y todavía se aprecia en sus
edificios residencias de alto valor arquitectónico, fachadas de azulejos con
temas inéditos e influencias modernistas.
Texto de Amparo Zalve Polo
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