lunes, 7 de septiembre de 2020

LA FONTANA ROSA. VIDA DE UN NOVELISTA: VICENTE BLASCO IBAÑEZ


Muy cerca de la frontera italiana encontró una finca de su agrado y la compró. Era Mentón, ciudad por cierto de tradición valenciana, donde se venera una imagen de San Miguel procedente de esta tierra nuestra. Era la Fontana Rosa una finca de tres construcciones que Blasco con el tiempo convertiría en doce, en la falda de una montaña frente al mar, y con la pretensión de formar en aquel jardín la “Nueva Valencia”

Entremos con él en su deseo de recibirnos:

Nos encontramos frente a la entrada y nos llama la atención  los tres medallones de cerámica que la coronan, con las imágenes de Cervantes, Dickens y Balzac. Nos dice que más tarde lo entenderemos. Ante nosotros un jardín en el que no falta un adorno, hecho a su antojo, a su gusto. Nos conduce a un templete columnado, de mármol, y en su centro una imagen de Cervantes. Unos preciosos azulejos reproducen escenas del Quijote. Se escucha el sonido del agua de una fuente adornada de amorcillos.



Nos invita a sentarnos en un banco de cerámica junto a limoneros y naranjos, rodeado de escritores: Dostoieswski, Victor Hugo, Zola, Flaubert y Dickens que coronaban el asiento. Un gran honor, grandes ilustres habían compartido ese banco, y solo, con diálogos mudos en los que solía conversar con algunos de sus favoritos: Cervantes y Victor Hugo.



Parece que arrecia el día y ya se sabe que junto al mar la humedad estará presente. Avanzamos porque nos quiere enseñar algo que nos dejaría muy encantados. Pasamos por grandes jarrones, estatuas de diosas griegas, pequeñas fontanas, panzudos con flores, escalinatas que trepaban hacia los frondosos álamos que coronan la finca. Nos ha detenido en el lugar que quiso proyectar un lago, en la parte más alta, para que diera provisión de agua a un aquarium que nunca llegó.

Antes de entrar, ya se iba sintiendo el relente, quiere que veamos el cine, aunque está en el otro extremo, contamos las butacas y sumaban cincuenta. Una torre muy alta a escasos metros. Comienza a subir y le seguimos hasta llegar a una terraza. Quedamos impresionados con las vistas, el mar e Italia que ya encendía sus luces y se hacía más visible en el horizonte. La brisa del mar nos rodeaba en el punto más alto de Mentón.

 Interior:

Entramos en el hall y nos muestra una gran canariera que su esposa había traído de su último viaje a París. Al fondo se veía el comedor y nos llama la atención su estilo español. Un salón a la derecha, y a la izquierda unas escaleras por las que subimos tras él. Se detiene ante unas vitrinas en un pequeño salón y nos cuenta cortos detalles de su viaje alrededor del mundo. 



Nos llama la atención los recuerdos coloridos procedentes de la zona oriental, colores vivos, telas satinadas, objetos dorados. Pasamos por otro salón al que no entramos, y  a la izquierda nos quiere enseñar el dormitorio.

Cama sencilla de madera labrada, color claro. En la pared, estampas francesas. Dos ventanas por las que la luz entrante abunda durante el día dando alegría a la estancia y desde las que se asoma al despertar para ver el mar y el paso de las gaviotas.

Abre una pequeña puerta junto a la cama. Un pequeño despacho, ordenado, con un gran buró americano, y sobre él  un montoncito de cartas, papeles, y cuadernos con anotaciones para sus novelas, con frases cortas o tan solo palabras sueltas que solo él entendía.

También hay una mesita pequeña para poner los libros que lee por las noches. Un lector infatigable, con más de seis horas de lectura al día. Dice que no se duerme antes de leer al menos 400 páginas de un volumen. Y como no, y por tercera vez, volvemos a saber de Cervantes. Sobre la mesita aún queda espacio para un retrato de Cervantes y otro de Victor Hugo.


No quiere que nos vayamos sin enseñarnos su biblioteca. Vamos hacia un edificio independiente, cercano a la vivienda. Hay un atril con un  libro de grandes dimensiones sobre geografía. Nos explica que lo compró adrede para esos grandes volúmenes que tiene de historia y de geografía porque anda aficionado últimamente a estos  temas.

Sonríe al enseñarnos un afectuoso recuerdo que colgaba de la pared con una dedicatoria: 

“A Blasco Ibáñez, simpático y afectuoso recuerdo de Emilio Zola. 
Octubre de 1902”.

Un gran retrato de Cervantes (seguimos con él), otro de Víctor Hugo, una fotografía de recepción en la Universidad George Washington, de la cual era “Honoris causa”, y hasta fotografías firmadas por las estrellas más famosas de Hollywood, que le recuerdan a su juventud. Un zócalo con pequeños bustos de escritores famosos. Uno preciosos de Homero y otros de grandes republicanos. Sobre la mesa de trabajo un reloj, un montoncito de cartas sin abrir, en un extremo una gran esfera terrestre para recordar los mares y las tierras recorridas.


Abandonamos la Fontana, sintiéndonos algo más amigos, a través del jardín de los novelistas.

En Fontana Rosa vivió, disfrutó y murió nuestro amigo Vicente Blasco Ibáñez.

Texto de Amparo Zalve Polo

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