Muy cerca de la frontera italiana encontró una finca de su
agrado y la compró. Era Mentón, ciudad por cierto de tradición valenciana,
donde se venera una imagen de San Miguel procedente de esta tierra nuestra. Era
la Fontana Rosa una finca de tres construcciones que Blasco con el tiempo
convertiría en doce, en la falda de una montaña frente al mar, y con la
pretensión de formar en aquel jardín la “Nueva Valencia”
Entremos con él en su deseo de recibirnos:
Nos encontramos frente a la entrada y nos llama la
atención los tres medallones de cerámica
que la coronan, con las imágenes de Cervantes, Dickens y Balzac. Nos dice que
más tarde lo entenderemos. Ante nosotros un jardín en el que no falta un
adorno, hecho a su antojo, a su gusto. Nos conduce a un templete columnado, de
mármol, y en su centro una imagen de Cervantes. Unos preciosos azulejos
reproducen escenas del Quijote. Se escucha el sonido del agua de una fuente
adornada de amorcillos.
Nos invita a sentarnos en un banco de cerámica junto a
limoneros y naranjos, rodeado de escritores: Dostoieswski, Victor Hugo, Zola,
Flaubert y Dickens que coronaban el asiento. Un gran honor, grandes ilustres
habían compartido ese banco, y solo, con diálogos mudos en los que solía
conversar con algunos de sus favoritos: Cervantes y Victor Hugo.
Antes de entrar, ya se iba sintiendo el relente, quiere que
veamos el cine, aunque está en el otro extremo, contamos las butacas y sumaban
cincuenta. Una torre muy alta a escasos metros. Comienza a subir y le seguimos
hasta llegar a una terraza. Quedamos impresionados con las vistas, el mar e
Italia que ya encendía sus luces y se hacía más visible en el horizonte. La
brisa del mar nos rodeaba en el punto más alto de Mentón.
Entramos en el hall y nos muestra una gran canariera que su
esposa había traído de su último viaje a París. Al fondo se veía el comedor y
nos llama la atención su estilo español. Un salón a la derecha, y a la
izquierda unas escaleras por las que subimos tras él. Se detiene ante unas
vitrinas en un pequeño salón y nos cuenta cortos detalles de su viaje alrededor
del mundo.
Nos llama la atención los recuerdos coloridos procedentes de la zona oriental, colores vivos, telas satinadas, objetos dorados. Pasamos por otro salón al que no entramos, y a la izquierda nos quiere enseñar el dormitorio.
Nos llama la atención los recuerdos coloridos procedentes de la zona oriental, colores vivos, telas satinadas, objetos dorados. Pasamos por otro salón al que no entramos, y a la izquierda nos quiere enseñar el dormitorio.
Cama sencilla de madera labrada, color claro. En la pared,
estampas francesas. Dos ventanas por las que la luz entrante abunda durante el
día dando alegría a la estancia y desde las que se asoma al despertar para ver
el mar y el paso de las gaviotas.
Abre una pequeña puerta junto a la cama. Un pequeño
despacho, ordenado, con un gran buró americano, y sobre él un montoncito de cartas, papeles, y cuadernos
con anotaciones para sus novelas, con frases cortas o tan solo palabras sueltas
que solo él entendía.
También hay una mesita pequeña para poner los libros que lee
por las noches. Un lector infatigable, con más de seis horas de lectura al día.
Dice que no se duerme antes de leer al menos 400 páginas de un volumen. Y como
no, y por tercera vez, volvemos a saber de Cervantes. Sobre la mesita aún queda
espacio para un retrato de Cervantes y otro de Victor Hugo.
No quiere que nos vayamos sin enseñarnos su biblioteca.
Vamos hacia un edificio independiente, cercano a la vivienda. Hay un atril con
un libro de grandes dimensiones sobre
geografía. Nos explica que lo compró adrede para esos grandes volúmenes que
tiene de historia y de geografía porque anda aficionado últimamente a
estos temas.
Sonríe al enseñarnos un afectuoso recuerdo que colgaba de la
pared con una dedicatoria:
“A Blasco Ibáñez, simpático y afectuoso recuerdo de
Emilio Zola.
Octubre de 1902”.
Un gran retrato de Cervantes (seguimos con él), otro de
Víctor Hugo, una fotografía de recepción en la Universidad George Washington,
de la cual era “Honoris causa”, y hasta fotografías firmadas por las estrellas
más famosas de Hollywood, que le recuerdan a su juventud. Un zócalo con pequeños bustos de escritores famosos. Uno
preciosos de Homero y otros de grandes republicanos. Sobre la mesa de trabajo un reloj, un montoncito de cartas
sin abrir, en un extremo una gran esfera terrestre para recordar los mares y
las tierras recorridas.
Abandonamos la Fontana, sintiéndonos algo más amigos, a través del jardín de los novelistas.
Abandonamos la Fontana, sintiéndonos algo más amigos, a través del jardín de los novelistas.
En Fontana Rosa vivió, disfrutó y murió nuestro amigo
Vicente Blasco Ibáñez.
Texto de Amparo Zalve Polo
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