A finales de
los años cuarenta y principios de los cincuenta, tras el paso de la posguerra, Valencia estaba necesitada que algo
coloreara sus noches, que la motivación por la salida nocturna como ocio fuera
creciendo. Varios empresarios tomaban apuntes de otras noches fuera de fronteras, cuando era el momento en que el joven Sinatra triunfaba y los famosos
musicales de Broadway hacían bullir las salas de Nueva York.
Momento en el
que en Valencia se empezaron a abrir salas que, la gente según usaran su
lengüaje, unos llamarían Salas de Fiestas, Clubs Nocturnos, los
afrancesados Boîtes y los más
castizos Cabaret. Varias fueron las salas de fiestas que se unieron céntricas: River Club, Florida, Zambra con anterioridad conocido como ¡Hollywood!... Pero por citar una en especial, la que se recuerda cuando alguien exclama: ¡ La
recuerdas! ¡Estaba ahí! -Esa era,
Mocambo.
Abrió sus
puertas en 1947, toda una veterana, en la calle de la Sangre, debajo de casa
Barrachina. No era un cabaret cualquiera, lo frecuentaba la alta sociedad
valenciana. Si tanto éxito tenían los locales americanos, ¿porqué no inventar algo similar en Valencia?
Sala
de baile con actuaciones donde el Rock and Roll, la copla y las bailarinas
vedettes, ligeras de ropa y peinadas con un “arriba España” contoneaban su
cuerpo enloqueciendo al personal masculino, mientras una orquesta del local
acompañaba la actuación. Se hicieron mayores allí. Todo el espectáculo
comenzaba al bajar las escaleras y llegar a un sótano rojo.
La primera
parada era tomar algo en la zona. Unas tapas, una cerveza, en uno de los
cuatro míticos del momento: Barrachina, Lauria, Balanzá, o Hungaria. Más
cercanos imposible. Eran las noches bullangueras en las que se llenaban las
barras de cualquiera de ellos, y el "salón de Té" de Barrachina.
Acudían
parejas, hombres solos, incluso
toreros, estos últimos eran muy aclamados durante esta época en España y las
corridas en la plaza de toros muy frecuentes. Mercedes Viana, dueña del local,
se afanaba en hacer homenajes a los exitosos toreros.
¿Cúando se
terminaba la fiesta? Pues había veces que al amanecer. El horario de cierre
era el ordenado por Gobernación, como para todos los locales de este tipo.
Una vez cerrada la puerta, los juerguistas podían continuar en él, copa tras copa y siempre en compañía de los músicos que se obligaban a seguir allí hasta que el último nocturno quisiera irse. Reseñar que la mayoría de ellos, desde allí, se iban directos a otros trabajos que tenían durante el día, además de ser músicos. Pero el gasto de los nocturnos era importante y debía ser así, no importaban las horas, cuanto más rato estaban, mejor para las chicas, más descorche, y les beneficiaba un plus que incluso duplicaba el sueldo. ¡Alguna, alguna, sería tomada más tarde por esposa!
Una vez cerrada la puerta, los juerguistas podían continuar en él, copa tras copa y siempre en compañía de los músicos que se obligaban a seguir allí hasta que el último nocturno quisiera irse. Reseñar que la mayoría de ellos, desde allí, se iban directos a otros trabajos que tenían durante el día, además de ser músicos. Pero el gasto de los nocturnos era importante y debía ser así, no importaban las horas, cuanto más rato estaban, mejor para las chicas, más descorche, y les beneficiaba un plus que incluso duplicaba el sueldo. ¡Alguna, alguna, sería tomada más tarde por esposa!
Una anécdota
fue cuando el torero Enrique Vera, que había intervenido en la película “El
último cuplé” junto a Sara Montiel, acudió una noche durante su estancia en
Valencia al Mocambo. Los músicos acompañaban al cantante Boluda que
interpretaba “el que tenga un amor, que lo cuide, que lo cuide, la salud y la
platita...”.
Unos visitantes empujaron escaleras abajo un becerrito con el fin
de que lo toreara allí dentro. Cundió el pánico de los asistentes al aparecer
aquel astado y los destrozos por el pánico y por el becerro fueron cuantiosos.
Hay que imaginar la escena: Mesas y sillas rotas, cristales, mujeres y hombres
subidos a las sillas que quedaban en pie; el que no, rodaba por el suelo, pero
eso sí, los músicos, como si de película americana se tratase, no paraban de
tocar un pasodoble torero. Por fin llegaron las fuerzas armadas y desalojaron
el local con botes de humo.
Al llegar los setenta fue en declive el cabaret y las salas
de fiesta. Los músicos por la música de las discotecas, las vedettes ligeras de
ropa por las suecas, Nadiuska y las proyecciones de Alfredo Landa, Pajares y
Esteso.
Y aquellas “estrellas”, ligeras de ropa, fueron perdiendo su intensidad.
Texto de Amparo Zalve Polo
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