Archivo Municipal
Había citado probablemente lo que podía ser su epitafio: “El
valor del tiempo está en relación con las facultades del que observa. Los días
de viaje de algunos valen más que los años de otros”
El 29 de octubre de 1933, el buque insignia de la armada
española, el acorazado Jaime I, junto a los barcos Churruca y Alcalá Galiano
devuelven a su tierra natal a Don Vicente Blasco Ibáñez.
Era su deseo y así lo hizo público, volver a su tierra
después de muerto, porque así la sentía, porque
no podía ser de otra manera. Sería muy bonito pensar que desde el momento que salía del
puerto de Mentón y a través de toda la travesía, los recuerdos iban discurriendo
en su mente.
Los de su madre Ramona, estaban dándole la vida en una modesta casa de
Jabonería Nueva, como la emoción de su padre Gaspar al ver a su hijo varón.
Ese día la tienda de comestibles estaba cerrada. Le haría recordar lo bien que se lo pasaba jugando sobre los sacos de arroz y de azúcar en la trastienda, los gritos de los afiladores entre tiendas modestas y las mujeres con sus cestas que pasaban hacia el mercado. Los muchos de ellos que se convirtieron en votantes de su partido republicano populista años después. A una tía de su madre, Vicenta y el chalet de la Alameda, en el que servía en casa de Mariano de Cabrerizo, editor y político revolucionario, al que todas las tardes de verano le llevaban y donde entre las gallinas de la huerta le fue inoculando el germen de la política.
Ese día la tienda de comestibles estaba cerrada. Le haría recordar lo bien que se lo pasaba jugando sobre los sacos de arroz y de azúcar en la trastienda, los gritos de los afiladores entre tiendas modestas y las mujeres con sus cestas que pasaban hacia el mercado. Los muchos de ellos que se convirtieron en votantes de su partido republicano populista años después. A una tía de su madre, Vicenta y el chalet de la Alameda, en el que servía en casa de Mariano de Cabrerizo, editor y político revolucionario, al que todas las tardes de verano le llevaban y donde entre las gallinas de la huerta le fue inoculando el germen de la política.
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Esa juventud que tras estudiar Derecho fue a Madrid y que una tarde dio la casualidad que entró en
el Café de Zaragoza de la calle Atocha y estaba allí Manuel Fernández y
González; se acerca a él, le muestra su admiración por la novela folletinesca,
no dudando su ofrecimiento como ayudante, a tanto la página. Su recuerdo como
agitador de masas en mítines republicanos, del exilio en Francia, de que a los veintiocho años fundó su diario El Pueblo, la huída a Italia disfrazado de marinero, sus viajes a Buenos Aires, a París, a la Costa Azul... Algo tenía Mentón.
Llegaban al puerto a las nueve de la mañana y a las diez desembarcaban el féretro en el muelle de Poniente, lo recibieron veinte mil palomas.
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Marineros valencianos lo llevaron hasta la avenida del Puerto donde sobre sus hombros los relevaron grupos de hombres pertenecientes al partido que Blasco fundó. Puente de Aragón, avenida Navarro Reverter, calle Colón, calle Játiva, avenida Nicolás Salmerón, plaza Emilio Castelar, avenida Blasco Ibáñez, Avenida Pablo Iglesias, plaza del Mercado y llegó a la Lonja, Su capilla ardiente estaba preparada en el salón columnario. A las diez de la mañana del día 5 antes de que el cementerio de Valencia recibiera sus restos, pasó por su casa natalicia y por la redacción de su diario El Pueblo.
Se había sentido enfermo el viernes. Hasta el jueves por la
tarde, aunque cansado, hizo vida normal, convaleciente de una gripe que se
había traído de París. El sábado fue preciso convocar una reunión de médicos.
Blasco delira. Los movimientos de sus manos parecen acompañar una conversación
imaginaria, palabras de sus novelas, personajes imaginarios que reviven en su memoria de lector
infatigable o creados por su fantasía.
“¿Veis la carabela?, yo la veo, con sus velas llenas de viento”. Es la una de la madrugada y llegan sus hijos, Mario y Sigfrido. Están cansados, el viaje desde España ha sido pesado y se retiran a descansar. Las enfermeras y Elena quedan velándolo. Son las tres de la madrugada, unas palabras incoherentes alarman a las mujeres y hay que avisar a los hijos. Está haciendo un esfuerzo para incorporarse, pero cae pesadamente sobre el lecho. Otro pequeño esfuerzo, esa vez más débil, y su cabeza cae dulcemente sobre el hombro de Casilda, gran amiga. Eran las tres y media de la mañana del día que debía cumplir sesenta y un años, día 28 de enero de 1928.
El féretro en la biblioteca de su casa de Mentón, uno de los
doce edificios que encierra la finca Fontana Rosa, donde tantos recuerdos de su
patria guardaban y quedó su vida para siempre. Preside la bandera de España
junto a la chilena, por ser patria de su compañera inseparable, la musa, amiga
y camarada. Unas macetas de su jardín rodeando el féretro, y quizás en algún
momento el tenue sonido de Wagner ya que es un gran amante de la música y en
concreto este le cautiva.
“¿Veis la carabela?, yo la veo, con sus velas llenas de viento”. Es la una de la madrugada y llegan sus hijos, Mario y Sigfrido. Están cansados, el viaje desde España ha sido pesado y se retiran a descansar. Las enfermeras y Elena quedan velándolo. Son las tres de la madrugada, unas palabras incoherentes alarman a las mujeres y hay que avisar a los hijos. Está haciendo un esfuerzo para incorporarse, pero cae pesadamente sobre el lecho. Otro pequeño esfuerzo, esa vez más débil, y su cabeza cae dulcemente sobre el hombro de Casilda, gran amiga. Eran las tres y media de la mañana del día que debía cumplir sesenta y un años, día 28 de enero de 1928.
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Es martes por la mañana, son las diez horas. Envuelto en la Senyera valenciana va a ser inhumado, como fue su deseo. Una comisión desde Valencia trae la bandera.
Durante todo el día de ayer las muestras de cariño hacia el novelista en su ciudad natal fueron evidentes. Un continuo desfile en la "Casa de la Democracia" para firmar el pliego de pésame. Ante la casa donde nació también se formaron grandes colas, así como también en el chaflán de la calle Flor de Mayo, la multitud iba colocando coronas de flores en la lápida conmemorativa de su nacimiento.
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Texto de Amparo Zalve Polo
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