martes, 23 de junio de 2020

BLASCO ANTE SU PERIODICO

Archivo Municipal (1933)

Con veintisiete años Vicente Blasco Ibáñez tuvo la necesidad de fundar un periódico, en su inicio, para difundir mejor sus ideas revolucionarias con el deseo de influir en la indefensa clase popular, al tiempo que él mismo y con sus arrebatos anticlericales, se enfrentaba a la clase dirigente de la ciudad, que ante sus soflamas, las purgaba por un tiempo encerrado en la cárcel de San Gregorio, antiguo convento de las "arrepentidas", al igual que fuera "invitado" al destierro madrileño en 1897, cuando su periódico iba para su tercer año de vida.

En Madrid conoció a Soriano, un  personaje de ideario fuerista, adinerado, con el que trabó buena amistad que se fraguó en el mundo intelectual capitalino, viéndose reforzada poco después cuando por la penuria que atravesaba el diario blasquista El Pueblo, Rodrigo Soriano aportó la ayuda económica que necesitaba. Ya no compartían sólo objetivos políticos en su lucha contra la monarquía, se habían convertido en socios, fortaleciendo una amistad que, en su consecuencia, Soriano se vería facilitado para su condición de Diputado por Valencia desde 1901. ¿Amistad ficticia? 

Como era de esperar, todo se torció con la total ruptura entre ambos por la publicación por parte de Soriano, en 1903, en las páginas del mismo periódico de un artículo titulado "Revolucionarios de entretiempo" que llevaba su firma. Pólvora... pero no de traca.

El enfrentamiento entre blasquistas y sorianistas estaba servido y las calles de Valencia supieron de duros enfrentamientos entre las dos facciones, que tuvo su punto más caliente con un recurso muy propio de aquellos años: el duelo.

Pero Soriano y Blasco alzaron sus pistolas y sus disparos se perdieron en el aire, cual gesto de excéntricos caballeros que guardaban su honor. 

El periódico El Pueblo, manteniendo su ideario republicano, fue adaptándose a las exigencias periodísticas para mantener su cuota en la ciudad, que no era poca.

Pasó más de un tercio del siglo y en 1933 en su último viaje al Cementerio General de su ciudad, los restos del revolucionario anticlerical, político, aventurero, escritor universal, cronista apocalíptico de éxito a través de la cinematografía, que habían salido de su residencia dorada de Mentón, de su Villa Fontana Rosa, en su recorrido por la ciudad, se detuvieron por un momento en la calle Juan de Austria ante su periódico. 

En cuyo taller de imprenta se dio el fogonazo de aquel duelo caballeresco. ¿Lo recordaría Blasco?

Y el gentío llenando la calle, blasquistas todos.

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