lunes, 13 de enero de 2020

LOS JARDINES DEL MARQUÉS DE SAN JUAN


Por 80.000 reales el Barón de Llaurí (Don José Vich ) vendió sus terrenos al Marqués de San Juan, Don Juan Bautista Romero. Era en 1847.

Compra una casa  con huerto vallado y acequia, lindante a los Jardines del Real y rodeada de otras de las mismas características.

Quería que fuera su casa de recreo, y para tal fin transformó el huerto en jardín y la edificación en palacete.

Pero no se conocía con el nombre actual. ¿De dónde viene esta denominación?

A la muerte del marqués, en 1872, lo lega a su esposa; cuando ésta fallece y sin descendencia, pasa a su sobrina casada con Don Joaquín Monforte Parrés.

La casa de dos pisos y terraza era de paso obligado al jardín. Al entrar, nos recibe una escalinata a la izquierda, muy ornamentada con cantidad de medallones y guirnaldas, embellecida con nueve figuras femeninas pintadas, para subir por una escalinata al encuentro con el piso principal en el que un rellano porticado distribuye las estancias y que al mirar hacia arriba se encuentra una bóveda octogonal con bellas pinturas, completando su interior.

Archivo Municipal

Pero al marqués lo que más le gustaba era pasear por el jardín, al que cada mañana, tras salir los primeros rayos de sol, atravesaba la puerta posterior y se adentraba a través de setos de boj que hacían de marco para distintas plantas con flor. Al iniciar su paseo lo primero que le acompañaba, tras pasar un pequeño estanque con nenúfares, eran dos leones que adquirió porque salieron pequeños para colocarlos en la escalinata del Congreso de los Diputados. Tras subir la sencilla escalera, le acompañan después treinta y tres estatuas de mármol blanco.

Archivo Municipal

Gustaba de revisar la huerta que seguía a continuación, para después adentrarse en la zona de bosque donde abundaban las magnolias y los cipreses. Disfrutaba con una pequeña montaña de la que salía una cascada y frente a ella un banco de madera donde se sentaba para descansar con el sonido del agua, y de tantos y tantos pájaros que anidaban en sus árboles; tras él, el gran estanque con forma de flor de nenúfar. El retorno lo hacía por un pasillo con una larga pérgola en la que enraizaban rosales trepadores

Una historia verdadera para un jardín de cuento.

Texto de Amparo Zalve Polo

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