Por 80.000 reales el Barón de Llaurí (Don José Vich ) vendió
sus terrenos al Marqués de San Juan, Don Juan Bautista Romero. Era en 1847.
Compra una casa con
huerto vallado y acequia, lindante a los Jardines del Real y rodeada de otras
de las mismas características.
Quería que fuera su casa de recreo, y para tal fin transformó
el huerto en jardín y la edificación en palacete.
Pero no se conocía con el nombre actual. ¿De dónde viene
esta denominación?
A la muerte del marqués, en 1872, lo lega a su esposa;
cuando ésta fallece y sin descendencia, pasa a su sobrina casada con Don
Joaquín Monforte Parrés.
La casa de dos pisos y terraza era de paso obligado al
jardín. Al entrar, nos recibe una escalinata a la izquierda, muy ornamentada
con cantidad de medallones y guirnaldas, embellecida con nueve figuras
femeninas pintadas, para subir por una escalinata al encuentro con el piso
principal en el que un rellano porticado distribuye las estancias y que al
mirar hacia arriba se encuentra una bóveda octogonal con bellas pinturas,
completando su interior.
Pero al marqués lo que más le gustaba era pasear por el
jardín, al que cada mañana, tras salir los primeros rayos de sol, atravesaba la
puerta posterior y se adentraba a través de setos de boj que hacían de marco
para distintas plantas con flor. Al iniciar su paseo lo primero que le
acompañaba, tras pasar un pequeño estanque con nenúfares, eran dos leones que
adquirió porque salieron pequeños para colocarlos en la escalinata del Congreso
de los Diputados. Tras subir la sencilla escalera, le acompañan después treinta
y tres estatuas de mármol blanco.
Archivo Municipal
Gustaba de revisar la huerta que seguía a continuación, para
después adentrarse en la zona de bosque donde abundaban las magnolias y los
cipreses. Disfrutaba con una pequeña montaña de la que salía una cascada y frente a ella un
banco de madera donde se sentaba para descansar con el sonido del agua, y de
tantos y tantos pájaros que anidaban en sus árboles; tras él, el gran
estanque con forma de flor de nenúfar. El retorno lo hacía por un pasillo con
una larga pérgola en la que enraizaban rosales trepadores
Una historia verdadera para un jardín de cuento.
Texto de Amparo Zalve Polo
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