martes, 21 de enero de 2020

EL MARTIRIO DEL DIACONO VICENTE


Joven, apuesto y  aristócrata, que ni podía imaginar que en su juventud y siendo diácono de la iglesia católica, iba a ser martirizado de brutal manera; por cierto, el más elevado en grado de la época. Cursaba el año 303 cuando se publicó en Roma el primer edicto imperial en el que se proclamaba al César como único genio divino de Roma. De facto, los cristianos fueron inmediatamente perseguidos. Dos de ellos -el obispo Valero y el diácono Vicente- fueron conducidos desde Zaragoza a Valencia por orden del prefecto Daciano, enviado para dos años a España, quien tenía que “amedrentar a todo el rebaño arremetiendo contra los pastores”.

Marchaban por la Vía Augusta, y ya de noche, antes de atravesar la puerta de la ciudad, se pararon necesitados de descanso en una taberna, el Mesón de Aragón, para pasar la noche. En su patio había una columna y amarraron a los dos presos en ella; actualmente se conserva en la iglesia de Santa Mónica. Ya al amanecer entran en la ciudad y son conducidos a una prisión oscura y sin comida. El diácono bien pronto sabe lo que son las cuerdas, las aspas a modo de cruz que al abrirlas le descoyuntan los huesos, los arañazos con uñas de garfio hasta el punto de desgarrarle las carnes.

La ira de Daciano iba en aumento al ver el aguante de Vicente y la sonrisa con la que lo miraba. Simplemente era fe Divina.

-“Te engañas, hombre cruel, si crees afligirme al destrozar mi cuerpo!. Hay dentro de mi un ser libre y sereno que nadie puede violar. Tú intentas destruir un vaso de arcilla destinado a romperse, pero en vano te esforzarás por tocar lo que está dentro que solo está sujeto a Dios”


Al siguiente día supo lo que eran las quemaduras de un lecho de hierro incandescente, no había martirio mayor, después de haber pisado piedras puntiagudas y pedazos de cerámica punzante. Pero era humano, y como humano tenía que morir aún con la sonrisa en los labios. Enero de 304.

Repentínamente un aroma agradable cubre la estancia, las cadenas que se maniataban rompen, y el lugar se cubre de preciosas flores. 

Al ver esto Daciano ¿estaría conmovido o despechado?. Ordena curar las heridas de Vicente, pero ya es tarde y fallece. Recoge su cuerpo y se arroja a un estercolero donde llega un cuervo que lo defiende de las alimañas -lugar que se instauró la parroquia de San Vicente Mártir, en la actual calle de la Ermita-.

Debía de desaparecer su cuerpo lejos donde se impidiera su veneración y mandó introducirlo en un pellejo para tirarlo al mar atado a una rueda de molino: "la Roda”, pero no se hundió. Apareció el cuerpo en la playa de Cullera. Una mujer cristiana lo vio (Jónica). Y recogido de las aguas del mar lo enterraron en un humilde sepulcro junto a la Vía Augusta. Al tiempo fue trasladado a lo que hoy en día es la parroquia de Cristo Rey, junto al conocido como monasterio de San Vicente de la Roqueta.


Archivo Municipal - Años 40

A partir de entonces se le representa con la imagen de un joven diácono, la palma del triunfo en la mano, la rueda de molino, las aspas a modo de cruz, un cuervo y una parrilla como simulación del lecho incandescente.

La Valencia cristiana entra en la historia con este hecho: el martirio del joven diácono Vicente, que como patrón de la ciudad, su festividad se celebra mañana.

Texto de Amparo Zalve Polo

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