Joven, apuesto y aristócrata, que ni podía imaginar que en su juventud y siendo diácono de la iglesia católica, iba a ser martirizado de brutal manera; por cierto, el más elevado en grado de la época. Cursaba el año 303 cuando se publicó en Roma el primer edicto imperial en el que se proclamaba al César como único genio divino de Roma. De facto, los cristianos fueron inmediatamente perseguidos. Dos de ellos -el obispo Valero y el diácono Vicente- fueron conducidos desde Zaragoza a Valencia por orden del prefecto Daciano, enviado para dos años a España, quien tenía que “amedrentar a todo el rebaño arremetiendo contra los pastores”.
Marchaban por la Vía Augusta, y ya de noche, antes de
atravesar la puerta de la ciudad, se pararon necesitados de descanso en una
taberna, el Mesón de Aragón, para pasar la noche. En su patio había una columna
y amarraron a los dos presos en ella; actualmente se conserva en la iglesia de
Santa Mónica. Ya al amanecer entran en la ciudad y son conducidos a una prisión
oscura y sin comida. El diácono bien pronto sabe lo que son las cuerdas, las aspas a modo de
cruz que al abrirlas le descoyuntan los huesos, los arañazos con uñas de
garfio hasta el punto de desgarrarle las carnes.
La ira de Daciano iba en aumento al ver el aguante de
Vicente y la sonrisa con la que lo miraba. Simplemente era fe Divina.
-“Te engañas, hombre cruel, si crees afligirme al
destrozar mi cuerpo!. Hay dentro de mi un ser libre y sereno que nadie puede
violar. Tú intentas destruir un vaso de arcilla destinado a romperse, pero en
vano te esforzarás por tocar lo que está dentro que solo está sujeto a Dios”
Al siguiente día supo lo que eran las quemaduras de un
lecho de hierro incandescente, no había martirio mayor, después de haber pisado
piedras puntiagudas y pedazos de cerámica punzante. Pero era humano, y como humano tenía que morir aún con la
sonrisa en los labios. Enero de 304.
Repentínamente un aroma agradable cubre la estancia, las
cadenas que se maniataban rompen, y el lugar se cubre de preciosas flores.
Al ver esto Daciano ¿estaría conmovido o despechado?. Ordena
curar las heridas de Vicente, pero ya es tarde y fallece. Recoge su cuerpo y se arroja a un estercolero donde llega un
cuervo que lo defiende de las alimañas -lugar que se instauró la parroquia de
San Vicente Mártir, en la actual calle de la Ermita-.
Debía de desaparecer su cuerpo lejos donde se impidiera su veneración y mandó introducirlo en un pellejo para tirarlo al mar atado a una
rueda de molino: "la Roda”, pero no se hundió. Apareció el cuerpo en la playa de
Cullera. Una mujer cristiana lo vio (Jónica). Y recogido de las aguas del mar
lo enterraron en un humilde sepulcro junto a la Vía Augusta. Al tiempo fue
trasladado a lo que hoy en día es la parroquia de Cristo Rey, junto al conocido como monasterio de San Vicente de la Roqueta.
A partir de entonces se le representa con la imagen de un
joven diácono, la palma del triunfo en la mano, la rueda de molino, las aspas a
modo de cruz, un cuervo y una parrilla como simulación del lecho incandescente.
La Valencia cristiana entra en la historia con este hecho: el martirio del joven diácono Vicente, que como patrón de la ciudad, su festividad se celebra mañana.
Texto de Amparo Zalve Polo
No hay comentarios:
Publicar un comentario