viernes, 13 de diciembre de 2019

LA MANCEBÍA: TRES SIGLOS Y MEDIO PARA UN CORTO RELATO.



1356 - Don Tomás terminaba de dar los últimos  retoques a su barba “espada española”, y terminando de perfumarla, salió de su casa en la calle Cadirers para dirigirse al noroeste de la ciudad, a la Pobla de Bernat de Villa, un arrabal extramuros próximo a la morería, donde se concentraban los burdeles de la ciudad.

La mancebía más grande y famosa de la historia, regularizada por el gobierno municipal basándose en los beneficios de la práctica: El que se acostaba con una prostituta legalizada quedaba redimido de pecar para fornicar, ya que con esta práctica se evitaba el adulterio.

Las puertas adornadas con farolillos y enredaderas, de una sola planta las individuales, y las que no, eran hostales. La calle disfrutaba de espectáculos, banquetes, puestos ambulantes y un ir y venir de  hombres (exentos los judíos y musulmanes) que vivían una época de la mujer recatada y devota satisfaciendo sus deseos carnales con prostitutas.

Isabel, joven doncella de veinte años, estaba esperándolo en la puerta del hostal, y sin permiso apagó la luz del farolillo rojo, pues para ella no había más hombre que don Tomás. La vio de lejos y al levantarse ella de la silla le respondió con una sonrisa a la vez que retorcía el ala del sombrero, era su gesto habitual.

Al llegar a la puerta salió el vigilante, como era la norma, y le pidió que se vaciase del bastón, del arma, que él nunca llevaba y de las monedas si quería, eso no era necesario, pero si le robaban nadie más se haría cargo de ello, solo él mismo.

Vestía Isabel de ropa elegante, como las demás prostitutas del “bordell”, y con las mejores sedas y joyas. La pequeña y limpia habitación quedaba en planta baja, y como en cada visita, disfrutaron del apasionado encuentro, no sin ser algo molesto debido a las reyertas de los que la llevaban curda y a los alaridos que mujeres y hombres proferían en sus deseosos encuentros. Tal fue así que tiempo después, en el año 1556, las monjas del convento de San José, que estaban en la calle Corona, tuvieron que abandonar el monasterio trasladándose al convento de Santa Tecla, huyendo de “los relinchos de aquellas yeguas lascivas que alcanzaban sus honestos oídos”.


Archivo Municipal

Poco a poco fue estrechándose el cerco y cerrándose las calles adyacentes, aunque los hombres deseosos, se dejaban la piel saltando los cercos, o buscando una vía más fácil para entrar cuando la puerta que le rodeaba estaba cerrada. Sobornaban a los dueños de los hostales para que dejaran la puerta entreabierta. Algunas prostitutas fieles a sus amantes se disfrazaban de hombre para poder salir al encuentro con su amante y no ser reconocidas.

Dos hechos importantes en la historia de la mancebía fueron: Que en ese mismo año, el rey Pedro el Ceremonioso, ordena levantar una nueva muralla, recogiendo dentro de ella los barrios que habían quedado fuera, y con ellos el de “Les Males Dones”. El buen enfado de las autoridades eclesiásticas hizo que en 1444, la reina María, esposa de Alfonso el Magnánimo, ordenara levantar un muro dejando sólo una puerta de entrada y salida. Se le da un nombre, el de la Pobla Nova, también conocido como “El Partit”.

Manceli - 1608

Así fueron sucediendo los domingos, y uno tras otro, a no ser por causa ajena que se lo impidiese, Isabel y don Tomás disfrutaban de sus cuerpos.

Llegado el día de Navidad de ese mismo año, y aún sabiendo que era fiesta de guardar según ordenaba la Iglesia Católica, él acudió a su encuentro, pero esta vez no era para satisfacer su carne, sino para seguirla y verla en la procesión de prostitutas que recorrían desde la mancebía hasta el convento de las Arrepentidas de San Gregorio en la calle San Vicente. Era un “devoto” más que las acompañaba hasta llegar al convento donde ese día las monjas les instruían en oración y penitencia.

Después de esa fecha ya no volvieron a verse más. Don Tomás, durante los años siguientes y cada 25 de diciembre, acudía a la puerta del convento para dejar una rosa roja por si Isabel algún día pudiese verla y darse cuenta que nunca la olvidaría.

En 1677, el rey Carlos II, ordena cerrar el “Bordell”, aunque ya la actividad estaba decrépita. Diez años más tarde se derribó el muro. Y ese muro ya nunca más pudo hablar...

Texto de Amparo Zalve Polo

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