-III-
Hoy estaba al lado de la pila que abastecía el agua potable.
Me viene a la memoria que la cocina mantenía todavía la estructura de lo que
había sido. Unos arcos, que ayer alacena, eran hoy ubicación de artículos
sobrantes. Había alrededor de la antigua chimenea estantes de mampostería que
en su momento permitía tener muy a mano los
artículos que para la cocina se necesitaban. Peroles, cazuelas, chocolateras,
morteros, tazones, vasos y una gran cantidad de platos. Unos usados como
vajilla diaria, mientras que otros para eventos especiales. Recuerdo que los
platos de uso diario eran cerámica popular, adquiridos la mayor de las veces
por canje con el trapero que acudía por el barrio cambiando pieles de conejos
por platos de Manises. Entre los antiguos y vajilla especial, destacaban
bandejas pintadas con color azul propio de la cerámica de
Alcora y unos platos dorados de la cercana Ceramo.
No faltaban las licoreras que se ofrecían en las festividades de los patronos Sant Roc y el Cristo; y de manera especial en las onomásticas de los propietarios de la alquería, que
en mantel blanco y en vajillas especiales, estaban repletas de rollets
d´anis, rosegons, malenetes del forn de la tia Paca, rollests de mistela. Las
licoreras tentaban con mistela especial, anís María Brizad, uno de color transparente y otro de azul marino, no
faltando la botella de anís del Mono, pero el rey de la mesa era especialmente
el coñac.
En el primer piso de la alquería estaba la cambra. Las
paredes estaban llenas de oquedades que dejaban ver las puntas de guijarros que
mezclados con arena y cal mostraban la “barrecha”, construcción original de la
alquería. El suelo estaba formado por losetas de barro que por el deterioro del
tiempo estaban cuarteadas, o se habían aprovechado ya algunas en algún remiendo.
Era frecuente ver esparcidas cebollas, cacahuetes y maíz, esperando secarse, mientras que colgando del techo unas
vigas carcomidas aguantaban unas cañas entrecruzadas de las que colgaban la
cosecha de tabaco, cuyas hojas, en principio verdes, esperaban estar en
condiciones de sequedad y humedad para su venta.
Recuerdo los cirueleros de un color vidrio jaspe que eran la
delicia de la chiquillería. Estaban a la entrada de la alquería. Toda la
alquería estaba protegida por una pared con salida lateral a la acequia de
Tormo. En el interior, un campo en el que se cultivaban hortalizas y cosechas
para uso y consumo interno. No olvidemos las higueras napolitanas de dulce
sabor a miel que se encontraban a la entrada interior de la alquería.
Las cuadras de animales estaban en un espacio adjunto a la
pared en el extremo lateral del corral de la alquería. Gallinas, conejos,
cabras y cerdos, y frente a ellos se amontonaban cañizos de maíz, arena y paja.
Se arrojaba como “chas“ para los animales del corral y la cuadra. La alquería
daba en su parte oeste a un estrecho callejón por el que se conectaba la plaza
de Benicalap a la acequia de Tormo, que regaba una inmensa huerta, perdiéndose en su extenso verde alternado por
alguna barraca o la casa de Pepe el Sort en la carretera de las Barracas de Lluna.
Adherido a la alquería estaba el Portalet. Era paso obligado
entre la plaza de Benicalap y el forn de Canya. El único horno que abastecía al
vecindario en sus origines. Recuerdo los arcos que lo formaban. Habían dos espacios
centrales con arcos cuyas inervaciones arrancaban del suelo para confluir en la
parte central de El Portalet. Arcadas moriscas de ladrillo cocido rojizo que
iba descascarándose y tiznaba las manos al tocarlo. La constancia y aseo de los
propietarios de la alquería al enjalbegar su interior y exterior, devolvía el
lustre al conjunto.
El Portalet ha sido siempre parte de la "Alquería de la
Retora". Siempre ha existido, entre leyenda y realidad, que en tiempos antiguos,
para defenderse de las incursiones de piratas y ladrones, había un pasadizo que
comunicaba la alquería con otros lugares seguros.
Conocí por trasmisión oral que al construir la iglesia
actual a principios del siglo XX se
encontró parte del pasadizo, pero lo que me corroboró su existencia fue en la
década de los setenta en dos casas laterales al Portalet: la casa abadía y "casa
Gracieta". Hubo un desprendimiento del suelo en esta casa, se hundió todo
un cuarto con cama, mesitas y demás enseres.
Su hundimiento dejó al descubierto y permitió
ver el túnel que venía de la alquería
junto con las arcadas que lo formaban.
¡Lástima que la construcción de los setenta eliminara
justificantes de nuestra historia!
Texto de Eduardo Donderis
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