miércoles, 19 de septiembre de 2018

UNA ALQUERÍA EN BENICALAP - III

-III-

Hoy estaba al lado de la pila que abastecía el agua potable. Me viene a la memoria que la cocina mantenía todavía la estructura de lo que había sido. Unos arcos, que ayer alacena, eran hoy ubicación de artículos sobrantes. Había alrededor de la antigua chimenea estantes de mampostería que en su momento permitía tener muy a mano los  artículos que para la cocina se necesitaban. Peroles, cazuelas, chocolateras, morteros, tazones, vasos y una gran cantidad de platos. Unos usados como vajilla diaria, mientras que otros para eventos especiales. Recuerdo que los platos de uso diario eran cerámica popular, adquiridos la mayor de las veces por canje con el trapero que acudía por el barrio cambiando pieles de conejos por platos de Manises. Entre los antiguos y vajilla especial, destacaban bandejas  pintadas  con color azul propio de la cerámica de Alcora y unos platos dorados de la cercana Ceramo.

No faltaban las licoreras que se ofrecían en las festividades de los patronos Sant Roc y el Cristo; y de manera especial en las onomásticas de los propietarios de la alquería, que en mantel blanco y en vajillas especiales, estaban repletas de rollets d´anis, rosegons, malenetes del forn de la tia Paca, rollests de mistela. Las licoreras tentaban con mistela especial, anís María Brizad, uno de color transparente y otro de azul marino, no faltando la botella de anís del Mono, pero el rey de la mesa era especialmente el coñac.

En el primer piso de la alquería estaba la cambra. Las paredes estaban llenas de oquedades que dejaban ver las puntas de guijarros que mezclados con arena y cal mostraban la “barrecha”, construcción original de la alquería. El suelo estaba formado por losetas de barro que por el deterioro del tiempo estaban cuarteadas, o se habían aprovechado ya algunas en algún remiendo. Era frecuente ver esparcidas cebollas, cacahuetes y maíz, esperando  secarse, mientras que colgando del techo unas vigas carcomidas aguantaban unas cañas entrecruzadas de las que colgaban la cosecha de tabaco, cuyas hojas, en principio verdes, esperaban estar en condiciones de sequedad y humedad para su venta.

Recuerdo los cirueleros de un color vidrio jaspe que eran la delicia de la chiquillería. Estaban a la entrada de la alquería. Toda la alquería estaba protegida por una pared con salida lateral a la acequia de Tormo. En el interior, un campo en el que se cultivaban hortalizas y cosechas para uso y consumo interno. No olvidemos las higueras napolitanas de dulce sabor a miel que se encontraban a la entrada interior de la alquería.

Las cuadras de animales estaban en un espacio adjunto a la pared en el extremo lateral del corral de la alquería. Gallinas, conejos, cabras y cerdos, y frente a ellos se amontonaban cañizos de maíz, arena y paja. Se arrojaba como “chas“ para los animales del corral y la cuadra. La alquería daba en su parte oeste a un estrecho callejón por el que se conectaba la plaza de Benicalap a la acequia de Tormo, que regaba una inmensa huerta,  perdiéndose en su extenso verde alternado por alguna barraca o la casa de Pepe el Sort en la carretera de las Barracas  de Lluna.

Adherido a la alquería estaba el Portalet. Era paso obligado entre la plaza de Benicalap y el forn de Canya. El único horno que abastecía al vecindario en sus origines. Recuerdo los arcos que lo formaban. Habían dos espacios centrales con arcos cuyas inervaciones arrancaban del suelo para confluir en la parte central de El Portalet. Arcadas moriscas de ladrillo cocido rojizo que iba descascarándose y tiznaba las manos al tocarlo. La constancia y aseo de los propietarios de la alquería al enjalbegar su interior y exterior, devolvía el lustre al conjunto.

El Portalet ha sido siempre parte de la "Alquería de la Retora". Siempre ha existido, entre leyenda y realidad, que en tiempos antiguos, para defenderse de las incursiones de piratas y ladrones, había un pasadizo que comunicaba la alquería con otros lugares seguros.

Conocí por trasmisión oral que al construir la iglesia actual a principios del siglo XX  se encontró parte del pasadizo, pero lo que me corroboró su existencia fue en la década de los setenta en dos casas laterales al Portalet: la casa abadía y "casa Gracieta". Hubo un desprendimiento del suelo en esta casa, se hundió todo un cuarto con cama, mesitas y demás enseres. Su hundimiento dejó al descubierto y permitió  ver el túnel que venía de la alquería  junto con las arcadas que lo formaban.

¡Lástima que la construcción de los setenta eliminara justificantes de nuestra historia!

Texto de Eduardo Donderis

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