En plena canícula de 1904 se venían produciendo desprendimientos
desde lo alto del Miguelete. En el mes de julio la redacción
de Las Provincias denunciaba la caída de un nuevo pedrusco, en esta ocasión
de cinco kilos aproximados.
Puesto el Ayuntamiento a la tarea, por acuerdo municipal, se
acordó eximir del correspondiente arbitrio a la empresa que fuera a colocar el
necesario andamio, cuando finalizaba el mes de agosto, que permitiría observar el alcance de los
desperfectos y decidir las obras necesarias para evitar nuevos derrumbes. Sería en el mes de noviembre cuando se iba a consignar una partida de 10.000 pts. para su instalación.
Ante la lentitud de la obra, el Cabildo, en visita al
concejal de obras, mostró su lógica preocupación ante una situación que se
eternizaba, quedando satisfecho por la aprobación presupuestaria que indicaba
la próxima sujeción del andamiaje, como así sucedió.
Sin embargo, una vez instalado el andamio en el mes de diciembre se
produjeron varias denuncias que ponían en duda su solidez, lo que motivo que el
alcalde instara al arquitecto municipal con el plazo de 24 horas para que
informara de su estabilidad, el mismo día que finalizaba el año.
Su informe fue rápido y la prensa del día 10 de enero de
1905 lo hacía público, tanto en cuando la rúbrica del arquitecto garantizaba la
seguridad del andamio, pese haberse sustituido el hierro que indicaba su
proyecto por la madera.
Pero lo más sorprendente de lo sucedido durante todo aquel largo periodo fue que al socaire de los desprendimientos surgió la idea de elevar la altura del Miguelete, eliminando su espadaña, con la construcción de
una gigantesca aguja gótica para alcanzar una altitud superior a los 200
metros, de acuerdo con el viejo proyecto del señor Alois Heiss, ingeniero al servicio de los ferrocarriles de Almansa a
Valencia y Tarragona, idea que fue rechazada por imposible.
“Según el plano la torre tendría que levantarse a doble
altura de la que hoy alcanza, siguiendo su actual forma y decorando su segunda
mitad superior con adornos góticos del mejor gusto, abriendo en ella una
magnífica galería de grandes ventanas con vidrios de colores, y colocando sobre
ellas un reloj que tendría una esfera en cada uno de los lados del polígono que
constituye la torre. Sobre esta inmensa columna de más de 100 metros de
elevación, iría colocada la estatua de la Virgen, muy bien dibujada por
Mr. Alois Heiss, que le da una altura de
15,25 m. Esta colosal estatua estaría cubierta por un aéreo templete, sostenido
por cuatro columnas, y sobre el cual seguiría una agudísima pirámide calada,
cuyo remate sería la cruz. Esta última parte de la torre, que alcanzaría unos
80 metros de altura, suponemos que debiera construirse de hierro”.
Y con este entrecomillado el redactor de Las Provincias
rogaba a los estudiosos del proyecto que emitieran su opinión.
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