1918 - La plaza de Castelar, cuando terminaba la segunda década del pasado siglo, ofrecía su mejor aspecto, tanto en cuanto y en torno a un conjunto de kioscos
discurrían placenteros los valencianos en busca de la prensa, del refresco o de una flor, mientras la construcción del nuevo ayuntamiento orientaba su fachada principal
hacia la plaza, una vez tomada la decisión de abandonar su entrada por la calle
de la Sangre.
Pero no todo eran plácemes, pues en cuanto a la vigilancia de la plaza por la autoridad era cuestionada ante el gobernador, toda vez que los excesos
contra la propiedad por parte de los interesados por lo ajeno eran frecuentes.
Y así se manifestaba la prensa en los primeros días del mes
de abril, que al igual que en otras ocasiones se habían repetido los mismos
actos delictivos, pero lo sucedido en aquella ocasión y en un tiempo máximo de una
hora, superaba todo lo conocido.
“Es vergonzoso señor gobernador que en punto tan céntrico
como el parque de Castelar los ladrones campeen por sus respetos sin que agente
alguno de la autoridad estorbe sus faenas”, se denunciaba desde El Pueblo el
miércoles día 3, por lo sucedido la noche anterior:
“Del kiosco en construcción en el jardín del Marqués de
Campo se llevaron todas las herramientas; del de necesidad, inmediato, las
toallas; del kiosco de refrescos “el Japonés” un gran número de sillas y mesas;
otro tanto desapareció del kiosco de refrescos frente al Ateneo Mercantil;
varias perillas y bracitos de metal de las casas inmediatas a la conocida por
Jura Real; y el incalificable asalto al kiosko de periódicos situado frente a
la Bajada de San Francisco de donde los cacos se llevaron cerca de 600 pesetas
en metálico, gran número de cucharillas y otros efectos”
Los valencianos se preguntaban cómo podía suceder aquello
con cierta frecuencia y cómo la autoridad se veía impotente para detener a los
malhechores, ante unos hechos que también se repetían por la Gran Vía y otros
jardines, de donde desaparecían perillas y toda clase de cañerías, al tiempo
que se hacían eco de los granujas que medran comprando los objetos robados.
“¿Para cuándo se dejan los registros, las visitas de
inspección, la cárcel, y la clausura de los antros donde se comercia con lo que
se roba el vecindario?” – se preguntaba el cronista.
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