Si nos fijamos en el plano del Padre
Tosca de 1704 observaremos enseguida que el único espacio amplio en la ciudad intramuros es el próximo a la plaza de
Santo Domingo, como posible lugar de esparcimiento que la ciudad necesitaba.
En el grabado de Fortea de 1738 se observa aún mayor superficie dispuesta para la instalación del Palacio de la Aduana, lo que no deja de ser una curiosidad, pues el inicio de su construcción sería treinta años después.
En el de Manceli de 1608 el claro es más reducido, semejante al primero arriba citado, por la existencia de unas casas que se
prolongaban hasta enfrentar la calle del Mar, vía de salida hacia el puente con
el mismo nombre una vez vencido el Convento del Remedio.
Un siglo después, tras la guerra contra
el francés, el espacio era el mismo, la ciudad apenas se había transformado y por decisión del General Elío se inició la construcción de un jardín para embellecer la zona, util al mismo tiempo para el esparcimiento de los valencianos. El lugar rodeado por la Puerta del
Mar, el Palacio de la Aduana tras el derribo de unas casas en 1759, la
Ciudadela como antigua Casa de Armas y la proximidad del Convento de Santo
Domingo se merecía tan bello ornato.
En 1813 se puso en marcha un
proyecto para ajardinar la zona, recurriendo a una vegetación autóctona, con
mirto, naranjos, limoneros y arbustos mediterráneos. Se pensó en un monumento
central a Fernando VII, para cuya construcción el monarca regaló dos cañones
franceses, pero no llegó a instalarse.
El dinero necesario para la compra de la
vegetación se logró por suscripción popular, lo que significó un notable éxito;
se completó en 1818 con la instalación de unas estatuas de Ponzanelli provenientes del
Huerto de Pontons de Patraix: la fuente de Tritón que permanece aunque se ausentó por un tiempo, y las de las
cuatro estaciones -Verano, Venus, Diana y Apolo- actualmente situadas en
Viveros, mientras que la de Neptuno sería trasladada años después al Parterre.
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