Archivo Municipal
La década de los cincuenta se correspondió con los años de las
estrecheces y las restricciones de luz, con los zapatos de media suela y los pantalones
con remiendos, con los litines en la mesa y la zarza como refresco,
mientras un vaso de Jumilla calentaba el cuerpo en la barra de un bar. El Rioja aún no había llegado
a sus anaqueles, aunque el racionamiento
había pasado al olvido, desaparecido en el año de 1952.
Sin embargo, con la llegada de las fiestas navideñas y con
ellas la noche de Nochebuena y la comida de Navidad, había que estirar de la manga al calor de la familia que se reunía con larga sobremesa afinando
villancicos que siempre eran los mismos.
El suministro de gallinas y pavos vivos más algunas que
otras viandas estaban gustosamente garantizados
en los bajos del Mercado Central, donde también se ofrecían las zambombas y los
“carrancs”.
Papadas y crestas rojas competían exultantes unas con otras ante
los clientes que asistían con sus cestas de
mimbres dispuestas para la mejor oferta a pesar de unos bolsillos que tanto en
cuanto llegaba la Nochebuena estaban esquilmados.
Y pese a ello, aún había que hacer un aparte para las estrenas, en especial las de los padrinos a sus ahijados: una costumbre ya sin arraigo fustigada en su olvido.
La cuesta de Enero presentaba sus primeros pasos.
La cuesta de Enero presentaba sus primeros pasos.
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