La "Renaixensa Valenciana" se había iniciado en las dos
últimas décadas del siglo XIX bajo el impulso de Lo Rat Penat, entidad cultural
que en lo sustancial agrupaba todas las tendencias sociales. Con el inicio del
siglo XX cada vez eran más quienes llevaban al "negro sobre blanco" y en
valenciana lengua sus inquietudes sociales, costumbristas, narrativas, pero desnudos de unas reglas
ortográficas que pusieran en orden y concierto tanto la prosa como la rima, que en aquel momento y en su anarquía se
enmarcan bajo dos formas diferenciadas: “els escrits de espardenya i els de guant
blanc”, siendo necesaria la uniformidad lingüística.
Este fue el reto que recayó sobre el franciscano y
acreditado filólogo Luis Fullana quien centró sus conocimientos de la Lengua
Valenciana para crear unas normas léxicas y ortográficas que serían aceptadas por todos en base a su contrastada autoridad
que había puesto al servicio de Lo Rat Penat.
En 1916 y tras años de trabajo y dedicación dio a conocer
el fruto de su obra, con el reconocimiento años más tarde por parte de la Real Academia de la Lengua al otorgarle con todos los honores el 11 de noviembre de 1928 un
sillón en su seno como representante de la Lengua Valenciana, mientras que la Universidad de Valencia creaba las cátedras
de valenciano.
El viejo sueño decimonónico de Teodoro Llorente y Constantí Llombart era una realidad.
Sin embargo, la fecha de 21 de diciembre de 1932 significó un antes y un después, pues las Normas de Castellón al socaire de intereses ajenos al viejo Reino de Valencia, “calcó” del Instituto de Estudios Catalanes una nueva normativa, extraña y ajena a la singularidad valenciana, y más aún peor, a espaldas a Lo Rat Penat: la entidad que había dado a nuestra lengua su mayor reconocimiento cultural, y, que sin embargo, ni fue consultada ni invitada a su participación.
No obstante, lo hizo por su celo y vigilancia que el lenguaje valenciano le merecía. A título personal, el gran filólogo franciscano Luis Fullana tuvo interés en rubricar su articulado, toda vez que creía que las mismas estaban sometidas a su posterior revisión, tal y como dejó expreso de su puño y letra sobre las “normas de Castellón”.
Sin embargo, la fecha de 21 de diciembre de 1932 significó un antes y un después, pues las Normas de Castellón al socaire de intereses ajenos al viejo Reino de Valencia, “calcó” del Instituto de Estudios Catalanes una nueva normativa, extraña y ajena a la singularidad valenciana, y más aún peor, a espaldas a Lo Rat Penat: la entidad que había dado a nuestra lengua su mayor reconocimiento cultural, y, que sin embargo, ni fue consultada ni invitada a su participación.
No obstante, lo hizo por su celo y vigilancia que el lenguaje valenciano le merecía. A título personal, el gran filólogo franciscano Luis Fullana tuvo interés en rubricar su articulado, toda vez que creía que las mismas estaban sometidas a su posterior revisión, tal y como dejó expreso de su puño y letra sobre las “normas de Castellón”.
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