Foto de los años sesenta en Valencia. Autor desconocido.
Archivo Esteban Gonzalo.
La apertura al servicio de la nueva estación de Valencia fue
una mejora muy importante como también la incorporación de nuevas locomotoras
en 1917 para agilizar, principalmente los servicios de viajeros, en las líneas
de Norte, ex AVT, entre Almansa y Tarragona, extremos donde los trenes
continuaban hasta Madrid y Barcelona, respectivamente, por vías de la compañía
MZA (Madrid-Zaragoza-Alicante).
Quienes tenemos más de sesenta años tuvimos ocasión de escuchar
en la Estación del Norte o cuando los trenes cruzaban la avenida Peris y
Valero, el puente de hierro, la avenida del Puerto y la estación del Cabanyal,
un pitido de locomotora diferente al de las restantes del parque de tracción
pero igual a las que remolcaban los convoyes norteamericanos que veíamos en
películas de Hollywood.
Eran las americanas, con aro de latón en la corta chimenea y
varias tiras de ese metal embelleciendo la caldera, que adquirió la Compañía de
los Caminos de Hierro del Norte de España, la Norte, a la American Locomotiv
Company (ALCO) de Estados Unidos, ya que con el estallido de la Gran Guerra no
había posibilidades de encargar la construcción de material ferroviario a
empresas europeas.
Un lote de 55 locomotoras de vapor tipo 1-4-1 (seis ejes
siendo motrices los cuatro centrales) que Norte repartió entre sus depósitos de
Valencia y ciudades gallegas. Fueron las únicas de ese tipo de rodaje con
ténder en la vía ancha española hasta que Renfe adquirió 242 Mikados entre los
años 1953 y 1960.
Las antiguas americanas fueron jubiladas en la red
ferroviaria española a partir de 1964, aunque algunas aún remolcaban trenes en
1967, ya que al parecer Renfe no consideró rentable transformarlas para que
quemaran fuel en lugar de carbón, al tener suficiente material más moderno y
estar comenzando la masiva sustitución de las locomotoras de vapor por las
diésel y las eléctricas.
La centenaria 141-2001 está preservada en el Museo Nacional
Ferroviario de Madrid-Delicias.
Texto de Esteban Gonzalo Rogel
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