Foto de Luis Vidal Corella
El proyecto para dar sepultura a Vicente Blasco Ibáñez era
muy ambicioso. Y el arquitecto municipal Francisco Javier Goerlich, previo concurso, fue el
encargado de llevarlo a cabo. Se pensó en ello por la llegada de sus restos, lo
que supuso un gran acontecimiento en octubre de 1933, cinco años después de su
muerte en Menton. Desde el puerto del
Grao de Valencia y entre una gran multitud el ataúd en el que descansaba Blasco Ibáñez fue trasladado hasta la Lonja de
Valencia para ser depositado días después en el Cementerio General de Valencia, a la espera de la construcción de un mausoleo que iba a
destacar por la grandiosidad de su diseño.
Por aquel entonces, en 1933, se había tomado la decisión de ampliar el Cementerio General, siendo en esta nueva zona el lugar adecuado para su ubicación; Goerlich dejó volar su imaginación diseñando sobre el lugar jardines de estilo romántico donde las fuentes recrearán saltos de agua y remansos cristalinos, con una exuberante vegetación a base de boj, cipreses y laureles. Para su obra, las canteras valencianas serían las encargadas de suministrar piedra de sillería, agradecidas al escritor que tanto había contribuido a realzar la región.
Y como última morada, se propuso a Mariano Benlliure
la construcción de un sarcófago realizado con mármol y bronce, con alusiones a la obra del genial novelista, que fue entregado por el escultor en 1935.
Año en el que se inició la construcción del mausoleo cuya obra se vio
interrumpida por la guerra civil, que, una vez finalizada, pasó al olvido, con la inhumación del féretro que había llegado en 1933 en un sencillo nicho del Cementerio General.
El sarcofago de Benlliure se puede presenciar en Museo del
Carmen, sin haber cumplido jamás aquel sueño del arquitecto municipal, quien junto al escultor, vemos cómo contemplan la obra dispuesta para un fin que hasta el momento se halla en "cuarentena".
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