El viejo "barrio de Pescadores" se había
convertido en un inmenso solar y un nuevo trazado, limitado a dos calles
perpendiculares en su interior, iba a dar paso a edificios de elegante porte, de
acuerdo con las líneas eclécticas de la época.
Fue así como en el mes de febrero de 1913 se puso en marcha
el Hotel Reina Victoria, con un magnífico chaflán a las calles Barcas y Pérez
Pujol, dispuesto a ofrecer al visitante unos servicios a la altura de los
mejores hospedajes europeos.
La propiedad del inmueble, valenciana, puso en manos de
especialistas suizos la organización del establecimiento, debido a la
acreditada fama en esta industria que gozaba la nación alpina.
La dirección la tomó M. Charles Baez, suizo, junto a su
esposa, matrimonio de reputado prestigio logrado por su trabajo en otros
hoteles de gran fama, seleccionando a profesionales extranjeros para los
puestos de mayor relevancia: tales como los de chef de cuisine, patissier
cuisinier, maitre hotel, chef rang, de prestigio internacional, junto a otros
españoles, mientras que un valenciano, Manual Ramón, ejercía de interprete
gracias a su dominio de cuatro idiomas, habiendo sido durante muchos años
empleado del Reichstag en Berlín.
El portero del hotel, M. Van Oers, de nacionalidad
holandesa, hablaba cinco idiomas, atento a los caprichos y dispuesto para la ayuda de
tan selecta clientela.
Disponía de un número mayor a las cien habitaciones “que a
un decorado del gusto más exquisito, une una acrisolada limpieza y un confort
de primer orden”. Camas niqueladas, colchones de fina lana, armarios de luna,
sillas, butacas, cofres, lavabo inglés, entre un variopinto surtido de detalles
de muy buen gusto y “una mesilla de noche forrada en su interior de porcelana,
como requiere la verdadera higiene”, contribuían en su interior a un
alojamiento cómodo, elegante y refinado.
Sin embargo, el equipamiento del local estuvo a cargo de
empresas valencianas, y salvo aquello que no se fabricaba en España, se recurrió
a firmas extranjeras. El mobiliario fue suministrado por las acreditadas
firmas valencianas Albacar, Esteban y Algarra, La Amuebladora de la Bajada de
San Francisco, la Viuda de Climent, mientras que los muebles de despacho los
suministró el Sr. Peris, que era su especialidad. Las camas niqueladas eran de los hermanos Tamarit,
los colchones confeccionados por “El Barco”, los bronces de los Hermanos
Izquierdo, la instalación eléctrica a cargo del Industrial Obiol, mientras que
otros industriales valencianos suministraron la pintura, las cámaras
frigoríficas, alfombras, mantelería y menaje, un largo etcétera, al igual que el equipamiento de
cocina que corrió a cargo del industrial Juan Sala.
Un coche a la puerta, un Hispano Suiza, prestaba el servicio
a sus clientes para el traslado a la estación, y un camión automóvil era de
utilidad para el equipaje, estando al tanto de las llegadas y salidas de los
clientes.
Las habitaciones más caras eran la recayentes al chaflán
donde se podía pasar la noche por 15 pesetas: eso sí, sin pensión, siendo las
más caras. Un esmerado restaurant ofrecía su elaborada gastronomía
Causó sensación la marquesina de su puerta principal, del
prestigioso industrial Vicente Ferrer Ballester, propietario de la fundición
“La Paloma”, que fue muy felicitado por el gusto artístico mostrado en su
ejecución.
Y ahí sigue, en la
calle las Barcas, ya centenario, "navegando" tras continuos cambios patrimoniales,
adaptándose a los tiempos.
Recuerdo que en los años 50 se alojaba allí el equipo del Atlethic de Bilbao, cuando jugaba en Valencia. Alguna vez acompañé a mi tío, hincha del mismo a saludar a los jugadores.
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