Años 60 - Cuando el 28 de Noviembre de 1657, en el vetusto Alcázar de
Madrid, nació el décimo hijo de Felipe
IV, tercero de su segundo matrimonio con Mariana de Austria, poniéndole por
nombre Felipe Próspero, y nombrado seguidamente Príncipe de Asturias, nadie
pudo presagiar, un suceso poco conocido, que conmovió a Valencia.
Gran regocijo hubo en el alcázar madrileño, por éste
nacimiento, pues por fin, había un heredero en la familia austríaca, el posible
Felipe V Habsburgo.
Corrió la magna noticia por todo el reino, se dispusieron
fiestas, y en Valencia ente otros festejos populares, se dispararían fuegos
artificiales.
Los Jurados de la Ciudad los autorizaron, y los encargados
de montarlos, lo hicieron en lo alto del Miguelete, para que de todas tierras
próximas pudieran disfrutarlos.
En los primeros días de Diciembre, se llevaron a efecto los
festejos, fiestas en las calles, y al anochecer los fuegos artificiales desde
lo alto del Campanario de la Seo.
Empezaron los fuegos de artificio, las gentes asombradas
mirando hacia lo alto, sólo luz y fuego veían; la luz del artificio y el fuego
que prendió a la gran espadaña, todavía de madera, viniéndose abajo la campana
de las horas, quedando hecho un tizón todos sus grandes y gruesos maderos. Las
gentes aplaudían ante tal demostración pirotécnica, ignorando que lo que se
quemaba era el Miguelete.
Para reparar los daños ocasionados, por las autoridades, se
decidió en 1660, levantar una nueva espadaña, pero de piedra.
Consta que en 1671, la nueva espadaña aún no estaba
terminada, dando por concluidas las obras años mas tarde. Las piedras fueron
traídas de las canteras de Godella y Burjasot.
Un suceso, tal vez menor, pero que forma parte de la historia de nuestra
Catedral.
Texto Germán Gómez
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