El grito se escuchó de la boca de uno de los reclusos en
aquella tarde del 11 de Marzo de 1911, cuando, excepto los castigados y
enfermos, la población penal se hallaban a la espera del retiro hacia sus respectivas celdas.
Habían tocado las cinco de la tarde, la hora habitual del
rancho. Finalizado, los subalternos procedieron al recuento de los penados y la
tranquilidad era absoluta en el patio. Joaquín Casanova echando a correr
hacia la escalera que comunica con la parte superior del edificio, llamado
viejo, alertaba del fuego que se había producido en el segundo piso donde se
hallaba su taller. La primera planta se destinaba a enfermería y dormitorios de
reclusos ancianos.
La actuación de los penados fue ejemplar pues un centenar,
dirigidos por el subdirector de San Miguel de los Reyes, controlaron el fuego
gracias al agua de una acequia interior lanzada sobre el fuego utilizando botijos, pozales y cántaros, dada la carencia absoluta de bocas de riego en
los patios, y de incendios en los talleres, impidiendo su propagación al
desalojar los centros de guitarrería y alpargatería anexos, así como otras
dependencias, de cualquier objeto que facilitara su extensión.
Aunque la noticia se expandió más que las llamas, pues la
alarma corrió por la ciudad a la que llegó la voz de que todo el penal era
pasto de las llamas y que los reclusos estaban forzando las puertas con
intención de fugarse. Nada más cierto. A las 19 horas el fuego y la situación estaban controlados, con el resultado de un solo herido leve en la persona de un cabo de bomberos con lesiones en una de sus manos.
Tal fue la impresión de la noticia que las autoridades
militares, alcaldía, la Audiencia, las fuerzas de seguridad y el cuerpo de
bomberos intervinieron ante el siniestro con gran rapidez.
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