Fuente Archivo Municipal
1933 - “Desde el amanecer, (de aquel 29 de Octubre) 4,30
horas de la madrugada y a pesar del frio que se dejaba sentir, ya se notaba
gente por el puerto”, así comenzaba al día siguiente el cronista de La Correspondencia en una de
sus columnas como parte de la extensa información que dedicaba a la llegada de
los restos mortales de Vicente Blasco Ibáñez al puerto de Valencia. “Dirigían
sus pasos con la aceleración propia del individuo que desea llegar pronto al
punto de su destino, hacia los muelles del Cabañal y Caballero, así como hacia
el Faro… En una hora quedó totalmente ocupada toda la parte de Levante”.
Como escoltas, sobre las 6.30 horas llegaron los buques de guerra
Churruca y Alcalá Galiano, así como muy poco después el navío francés Cassard hacía su entrada en la
dársena, a la que también acudieron las
“barcas del bou” para asociarse a los actos. Don Vicente Boluda, de la Transmediterránea, puso a disposición de la prensa su
remolcador Paquita para facilitar su labor informativa.
Pasaban las 8.30 horas y el acorazado español "Jaime I" inició su
maniobra para la entrada en el puerto. Toda la atracción se enfocó hacia la
zona del Club Náutico, lugar destinado
para el atraque del buque. "La llegada, imposible de describir", decía el
cronista. "Entusiasmo indescriptible, aplausos, vítores y después silencio de
respeto".
A las nueve en punto, la maniobra era la de su atraque después de una magnífica entrada, luciendo una gran majestuosidad,
brillantemente empavesado. La llegada de autoridades fue tal su número, que ocupó
más de una hora, con la asistencia del Presidente de la República Niceto Alcalá
Zamora, recibido en cariñosa ovación.
El momento más deseado fue a las 10,30 horas, instante en el
que con sus restos mortales, Blasco Ibáñez, “volvió a la tierra española, a la
patria valenciana”. “Imposible pintar aquellos minutos con toda su grandeza. La
grúa evolucionó matemáticamente, depositando sobre el muelle la caja riquísima
de madera y metales, con los títulos de las obras del gran novelista”, abundaba
el redactor.
Timbales y clarines dieron al viento las notas señoriales de
la Marcha de la Ciudad.
El genio de la Literatura había regresado a su Mare Nostrum.
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