1901 - En este año tuvo lugar la primera celebración del festejo del
Coso Blanco en el marco de la Feria de Julio. Su originalidad venía de la
ciudad de Buenos Aires, donde se celebraba la cabalgata en sus largas y anchas
avenidas que le daban gran esplendor. Las estrechas y cortas calles de Valencia
no eran las más convenientes y en la Alameda, lugar más adecuado, no era el
aconsejable al estar reservado para la Batalla de Flores, ya muy arraigada en
la ciudad, de la que, por otra parte, se temía una innecesaria controversia popular entre
ambos festejos.
Bajo la dirección del Ateneo Mercantil, su promotor, y de
acuerdo con el Ayuntamiento y comerciantes, se llevó a cabo la tarde del dia 27
de julio de 1901 ofreciendo sus calles un hermosisimo aspecto, donde la
presencia del blanco color se manifestaba tanto en el ornato urbano, como en el
de las treinta y siete carrozas que intervinieron a cargo del Ateneo, con la belleza de la
mujer valenciana con su vestimenta albina bajo una lluvia de confetti y
serpentinas que iba a convertir el adoquinado en un manto nevado: para el
suministro se dispusieron de tres depósitos situados en Casa Campoy de la calle San Vicente, en Ferrandiz de la Plaza Cajeros y Jarque y
Sena de la calle del Mar. Las tiendas y comercios estaban dispuestos a rivalizar
en la decoración de sus fachadas a lo largo del trayecto, tal y como se habían
comprometido, a las que también se les requirió cerraran sus puertas a la hora del
comienzo de la cabalgata para el disfrute de sus empleados.
El programa de la Feria de Julio iba a enriquecerse con un
nuevo distraimiento a lo largo de un recorrido que desde el Ayuntamiento iba a
continuar por la calle San Vicente, plaza Reina, Mar, Cruz Nueva, Peris y
Valero, San Vicente, plaza Cajeros, Bajada San Francisco para finalmente y
desde la ya nominada como plaza de Emilio Castelar, volver a la calle de la Sangre para repetir
dos veces más el mismo trayecto.
Se inició pues en la calle la Sangre, que tanto en la Casa
Consistorial como en el resto de los edificios sus balcones se ofrecían con
colgaduras blancas adornadas por flores, escudos y lazos formados con papel.
Sobresalía la fachada del establecimiento La Palma, blanqueada desde todo lo
alto a la acera. En la calle San Vicente, el tramo más largo, los vecinos compitieron en sus novedades, llamando la atención un balcón frente al Convento
de San Gregorio del que salían dos grandes tirsos que sostenían un toldo de
raso blanco con multitud de cintas. Otras no desmerecían y el balcón de la
perfumería Robillard, engalanado con columnas y arcos renacentistas decorados
con papel de seda, causaba sensación. Igualmente el edificio del Sr. Pampló producía gran efecto, como el comercio
de los Sres. Sánchez de León con sus candelabros que sujetaban los toldos,
blanqueados en la base y con guirnaldas en espiral arriba; Casa Conejos se
mostraba cubierta de medallones y
palmas, como la tienda de Amador que cautivó al público, cubierta por grandes
flores y plantas tropicales. La Isla Cuba cubrió sus ventanales con colgaduras
blancas y largos flecos, con guirnaldas en los capiteles, como se ve en la foto, chaflán calle San Vicente con plaza la Reina, con una tribuna para autoridades ante la Iglesia San Martín.
En la calle del Mar los industriales Sres. Muedra y Soler
arrojaron desde sus balcones 125 kilos de confetti y 1.000 serpentinas de las
manos de las señoras y señoritas Cuesta, Foulcombridge, Áriño y Pierrad. En la
calle Peris y Valero sobresalía por su originalidad el taller de la modista
Madame Prats y la papelería de Alpuente; en la esquina de El Siglo y de un
mástil colgaba un cuadro en el que se leía "Coso Blanco"en letras de
papel rizado. La Bajada de San Francisco estaba ataviada de blanco, tanto en
sus fachadas como en el suelo, sobresaliendo La Esmeralda, y en la plaza
Castelar el Círculo Valenciano llamaba la atención por sus adornos de
colgaduras blancas, cabezas de caballo y pajaritas de papel.
Y entre su rico anecdotario para el que sería necesario más espacio, destacó la curiosa denuncia del inapropiado nombre de Coso al considerar más ajustado el italiano Corso, en castellano carrera, mientras que el propuesto por el Ateneo se correspondía con el de una calle de Zaragoza.
Por sugerir, no quedaba.
Y entre su rico anecdotario para el que sería necesario más espacio, destacó la curiosa denuncia del inapropiado nombre de Coso al considerar más ajustado el italiano Corso, en castellano carrera, mientras que el propuesto por el Ateneo se correspondía con el de una calle de Zaragoza.
Por sugerir, no quedaba.
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